Por
Carlos Yusti
En la cultura japonesa parecen existir dos constantes estrechamente
relacionadas: la poesía breve, representada por una forma poética conocida
como Haiku, y el Seppuku, que es él termino chino utilizado para designar lo
que se conoce como hara-kiri.
La poesía japonesa ha captado el interés de infinidad poetas
occidentales, quienes se sienten sugestionados por la economía de medios lingüísticos
empleados en el poema para expresar hondos sentimientos y perdurables metáforas
unidas a la naturaleza y la existencia ausente de toda suntuosidad, tanto
material como espiritual. Reynaldo Pérez Só ha escrito con justa razón:
“Cuando hablamos y pensamos sobre la poesía japonesa, una imagen, un lugar
común se nos muestra: la poesía japonesa es muy corta, concentrada. Realmente,
no es cierto, pues nos limitamos a las traducciones occidentales”. Acotaba así
Pérez Só que era imposible intentar traducir las representaciones pictográficas
(ideogramas, kanjis) con los cuales se escribe la poesía japonesa y que enlaza,
desde lo estético-visual, al lector con el poema en un más allá del poema
como mero transmisor de palabras y metáforas.
El Haiku nació en el oriente, no obstante se desarrolló con gran vigor
en el Japón. No se conoce el periódo, ni la época en que surge como género
literario. Muchos estudiosos coinciden en que el Haiku se desprende de otra
forma poética conocida como Tanka, o Renga, que era un poema compuesto por
cinco versos divididos en cinco estrofas manteniendo una estructura de
5,7,5,7,7, sílabas. En el Haiku se simplifica mucho más el lenguaje quedando
conformado por tres versos de 5,7,5 sílabas.
El
Haiku más que una actividad intelectual es una operación del espíritu que
intenta entrelazar, desde la emoción, la naturaleza a nuestra existencia, razón
por la cual se le denomina en algunos estudios críticos como poesía de
estaciones:
Recogiendo
hacia el mar
el río
Nogami
(Basho)
*
* *
Lluvia
de verano:
Sin sacar mi pluma
(Busón)
*
* *
Yo que me voy
tú que té
quedas:
Dos otoños
(Shiki)
El
Haiku es una poética que enuncia un estado superior del alma, donde el poder y
todas esas cuestiones en apariencia importantes son efímeras ante el prodigio
de la naturaleza:
Las
luces del palacio
Son
más débiles
(Shiki)
Un
ensayo de Marguerite Yorcenar, del cual hemos tomado algunos datos, ofrece
noticias acerca de Ivan Morris y sus estudios acerca de esos aspectos de
violenta heroicidad que impregnan de poéticos aromas el alma japonesa.
El suicidio en Japón, a diferencia de occidente, posee más
connotaciones de acto heroico que de hecho trágico. El suicidio busca, para
emplear una frase de Morris, brindarle nobleza al fracaso, intenta
proporcionarle osatura trascendental al intento fallido, a la empresa fracasada.
Para aclarar un poco todo esto se hace necesario citar algunos ejemplos.
El
emperador Takeru le consigna la misión a su hijo, el príncipe Yamato Takeru,
de pacificar ciertas regiones que le eran hostiles, donde la revuelta y el
asesinato estaban en incontrolable efervescencia. Dicha misión no era más que
una manera indirecta empleada por el emperador para eliminar
a su hijo, inteligente y de noble corazón, quien poco a poco se había
convertido en un obstáculo para su desmedida ambición de poder.
Los
hombres que acompañan al príncipe Takeru son derrotados. El príncipe huye a
un bosque de pinos, pero luego entiende que su último recurso es el Seppuku.
Antes de morir murmura:
¡Oh,
pino solitario!
¡Oh, hermano mío!
En
el siglo X el gobierno de la época Heian sentenciaba al exilio a Michizane, político
de peligrosas convicciones políticas. La medida estatal fue efectiva. Michizane
alejado de su tierra moriría de nostalgia. En un breve texto poético evoca
toda su desolación, toda su aflicción por los árboles de su hermoso jardín,
los cuales se había visto en la obligación de abandonar:
Si
el viento del Oeste sopla hacia mí,
¡Oh, flores
del ciruelo
enviadme
vuestro perfume!
En
el siglo 19, el ilustre Saigo, que iba a causarse mortales heridas en el
vientre, luego de ser el artífice de una revuelta campesina que tuvo un
pavoroso final. Saigo mirando, con lagrimas en los ojos, el campo inundado de
cadáveres se vuelve hacia la naturaleza y esquivando por un instante el horror
exclama:
Soy
indiferente al frío de invierno
Los corazones helados de los hombres son
los
que me causan temor
Sé que pronto
llegará mi fin:
Que júbilo morir como las resplandecientes
hojas que caen en Tatsuta
Antes
de que las lluvias de otoño le arranquen su fulgor!
En el siglo 20 el ejemplo más pavoroso fue protagonizado por los jóvenes
kamikazes, pilotos suicidas en la Segunda Guerra, quienes estrellaban sus
aviones contra los barcos enemigos. Dichos pilotos con la convicción de que no
regresarían vivos siempre dejaban una nota de partida. En 1945, un joven de
apenas 22 años, con serena claridad escribió:
Si por lo menos pudiéramos
como las flores del cerezo
tan
puras, tan luminosas...
Días
después del estallido de la bomba en Hiroshima, el viejo almirante Onishi,
responsable de toda la tragedia kamikaze, se hace el Seppuku y luego de una agonía
terrible de horas (se había negado que le propinaran el golpe de gracia) deja
su último poema:
Límpida y fresca brilla la luna
tras la espantosa tormenta...
Margarite Youcernar ha escrito con precisa inteligencia: “...el heroísmo
samurai se une en estos sentimientos del trágico conocimiento de la vida que
conduce a la poesía y al sacrificio al mismo tiempo”.
Todo hombre, o toda mujer, en determinado punto de su existencia se
enfrenta a la sombra del fracaso. Caer y volverse a levantar parece ser la
actitud de los espíritus situados más acá de la poesía y el suicidio.
Convertir fracasos en éxitos es la postura de quien se sabe moldeado en la
constancia, no obstante no deja de ser una subrayada lección esa de darle
profundidad estética y honorabilidad al fracaso. Además todas las causas
perdidas tienen en el fondo algo de sublime poética.