La utopía inquisidora del señor Aguirre

Autor: María Geldstein 

Al inquisidor de críticos literarios Don Carlos Aquirre (¿o debo decir Daniel Hadad?):

1.      Mi nombre completo es María Geldstein, mujer y argentina, soltera para más datos, y bastante más linda que el Sr. Mármol, a quien, se lo ruego, dejemos en paz, al menos en esta reyerta insulsa que nos convoca.

2.      Verdaderamente me apena comprobar que los debates intelectuales (Oh, perdón!, supongo que no debería usar esta mala palabra) se reducen a nimiedades tales como la pertinencia o no de un texto crítico.

3.      La lectura crítica, querido amigo, jamás pretende darle (como usted dice) ningún sentido a ningún texto literario. Debería saber, si es que se atreve a opinar tan extensamente, que un texto literario es, por su constitución discursiva, un objeto polisémico (ya sé, no me diga nada, mi vocabulario le resulta demasiado rebuscado; téngame paciencia, es que no puedo contener mi enfermiza intelectualidad). La lectura crítica (al menos la mía) lo que se propone es explorar alguna de las posibles zonas que, según mi lectura, sugiere el texto (eso que usted llama horrorizado significados ocultos). De ninguna manera dicha lectura dice o pretende instituir un significado universal y único para texto que lee. En la actualidad, una crítica que pretenda semejante tontería sería anacrónica, ignorante e ilusa. Por lo que dejan entrever sus palabras, pareciera que usted incurre en el pavo prejuicio de creer que la crítica asume un rol policíaco y gobernante frente a un supuesto significado único (al menos es lo que parece presuponer usted) del texto. Me extraña que no se le haya ocurrido sacar a colación la remanida objeción según la cual un crítico es un escritor fracasado.

4.      Su extensa perorata anti-intelectualista, según la cual explicar los hechos es una enfermedad incurable, no es por cierto pertinente respecto a mi texto. Bajo ningún punto de vista me propuse explicar nada; simplemente me deslisé por ciertas zonas según mi antojo lector. Digamos que me tomé la libertad de dejar que mi pensamiento divagara (que mi texto divagara) tomando como punto de partida el cuento de señor Mármol; cuento al cual mi texto, pese a estas divagaciones que a usted tanto lo atemorizan y que tan acaloradamente pretende callar, se obstina en leer. Qué es lo pretendió escribir su autor o lo que leyó usted o el resto de los lectores de dicho cuento, se lo confieso, me importa un rábano. Como ya le dije, no creo que exista una explicación para dicho cuento. Por lo tanto, abordé el texto por donde mejor me pareció sin pretender imponerle a usted ni a nadie la explicación de nada, liberta de la sujeción sacralizadora y francamente aburrida que usted defiende y reclama,. Le aclaro que la endemia milenaria de teorizar acerca de los hechos*, que tanto lo preocupa, no me asusta ni la rechazo; por el contrario, me resulta (pese a las posibles equivocaciones o quizás precisamente que estas) mucho más estimulante que el tonto pavor de los ignorantes (mi abuela solía decir que rechazamos espantados  aquellos que ignoramos). Por lo demás, me permito recordarle que esta es una página en la que circulan textos que se pretenden literarios, lo que implica necesariamente una operación intelectual; si usted es fóbico a los intelectuales y a sus juegos especulativos, le sugiero incursionar en www.utilísima.com.ar.

5.      La mosca en el cuadro que observa Maxwell, me resultó una anécdota encantadora, merecedora de ingresar en la antología mosqueril del amigo Curuchet.

6.       Amigo Aguirre, considerando la displicencia prepotentona de sus anteriores comentarios, lo imaginé un tipo de carácter fuerte; pero resultó ser un lector altamente influenciable. De otro modo no se explica que me diga que mi lectura lejos de ayudar al cuento lo opaca (sic). Acepte mis sinceras disculpas por haberle opacado la lectura del cuento. ¡Por dios Aguirre, cuánta susceptibilidad!, distiéndase, no le otorgue a mi texto tanta relevancia. Hágame caso: respire hondo, tómese un tesito de tilo y relea el cuento del señor Mármol (vuelva a sacarle brillo) prescindiendo de los delirios de mi lectura. 

7.      Ah, casi lo olvido, al resto de los lectores, pido perdón públicamente por acometer sobre ustedes la violencia sin par de intimidarlos (sinceramente, amigo Aguirre, creo que se le fue la mano: ¡no se da cuenta que resulta ridículamente  patético!).

8.      Por último, voy a refutar la más tonta de sus objeciones. Me dice, leyendo mi texto, que me aboque a escribir mi propio texto. Verdaderamente es desconcertante semejante afirmación. Supongo que se debe a ese otro prejuicio respecto a la crítica, según el cual los textos críticos no son tales, ya que se encuentran a la sombra del texto que critican. Un texto crítico (el mío en particular como ejemplo) es un texto autónomo que, si bien refiere a un texto anterior, tiene autonomía respecto al universo de textos y espera tener la misma autoridad para ser leído que cualquier texto literario (de hecho el texto crítico aspira a ser considerado literatura; cito a Juan José Saer del prólogo a La narración-objeto: ..la crítica es una forma superior de lectura, más alerta y más activa, y que, en sus grandes momentos, es capaz de dar páginas magistrales de literatura).

9.      Querido amigo inquisidor de críticos literarios: diga, si le parece, que mi texto es una cagada (lo cual es seguramente cierto); pero, le ruego, evite la cantinela moralizante y purista, propia de los dogmáticos peripatéticos. Tranquilícese, que el texto del señor Mármol, pese a mi lectura, goza de buena salud, al igual que sus lectores que, déjeme decirle, leerán lo que les place sin importarles un cuerno mi ensayito crítico. Cosa que, me atrevo a aconsejarle (a usted que suele ser pródigo en consejos), haría bien en imitar.

10.  Aguirre, Aguirre, Aguirre: relájese y goce, que la violación del influjo maligno de mi texto es inevitable (porque lo que usted leyó, pese a no darse cuenta, “es”mi” texto, el mismo que usted, incoherente, me insta a que me aboque a escribir).

 

*Me permito adjuntar una lista de enfermos (graves) célebres: Eráclito de Éfeso, Leonardo Da Vinci, Carlos Marx, Segmud Frued, Erasmo de Rotterdam, Jorge Luis Borges, Miguel de Montaigne, Juan José Saer, Domingo Faustino Sarmiento, Joao Guimaraes Rosa, Franz Kafka, Paul Valéry, Dante Alighieri, Friedrich Nietzsche, Michael Foucault, Juan Jacobo Rousseau, William Faulkner, Roland Barthes, Ricardo Piglia, Augusto Monterroso, Juan Carlos Onetti, William Shakespeare, Miguel de Cervantes Saavedra, Macedonio Fernandez, Osvaldo Lamborghini, José Lezama lima, Felizberto Hernandez, Julio Cortázar y Rodolfo Fogwill, entre el número astronómico de humanos que alguna vez habitaron el planeta tierra (eso que usted llama la humanidad, pobre gente a la que, según su opinión, le aqueja este mal).    

 

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