La utopía de la Srta. Geldstein

Autor: Carlos Aguirre

Un mal que aqueja en general a la humanidad (no deseo limitarme a la “raza” argentina) es formular teorías a posterior de lo irrevocable de los hechos. Ejemplo burdos, pero no por eso poco ilustrativo,  serían adoradores de la libertad luego de ser abandonados por sus parejas, protectores de la intimidad cuando se descubren su esterilidad, justificadores de reality shows para intelectualizar su injustificable y morbosa curiosidad.

Un el supuesto mundillo del arte, esta conducta por momentos llega a ser irrisoria. Recuerdo con gracia un capítulo  del súper agente 86 donde el entrañable Maxwell observa un cuadro todo blanco con una manchita negra en un costado, y con seriedad argumenta que resulta obvio la intención del pintor de plasmar la insignificancia del hombre frente al universo, la imposibilidad de comunicación al tratarse sólo de una mancha en la nada, etcétera, etcétera, y al final, cuando sonríe satisfecho por lo expuesto, la mancha (que resultó ser una mosca) se mueve y desaparece.

Esta perorata viene a colación de la crítica expuesta por la Srta Geldstein (o debo decir Sr. Mármol) sobre el cuento “el cuaderno” y su saga anterior (Proyecto Shakespeare y El bar de la holandesa).

Debo aclarar, que a diferencia de sus predecesores este cuento me gusto, me pareció mas llevadero, menos pretencioso (aunque se enoje el autor) y con una línea argumental mas clara y un final acertado. Esta buena sensación se esfumó cuando entré en la crítica confusa y explicativa que, a mi modesto entender, pretende darle al cuento un sentido que si era el objetivo final de ninguna manera se ve plasmado.

Estimada Srta Geldstein, un disparador es un disparador, no una teoría. Si a Usted el cuento el sugirió esa conclusión literaria-intelectual, abóquese a escribir su propio texto, no a encontrarle significados ocultos a cosas que no las tienen. Despabílese, la utopía es suya. No creo estar equivocado si le señalo que su crítica lejos de ayudar al cuento lo opaca, además de intimidar al común de los lectores que de ninguna manera espiaron semejante estructura detrás de las travesuras de Doctor Cohen.

Espero no haber faltado el respeto, y disculpen mis palabras: no soy escritor.

 

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