Autor: Luis Tamargo *Son
RELATOS: “De tarde en tarde alguna ráfagahacía circular sobre el paisaje
jirones
dormidos de bruma”.
Knut Hamsum. UN PUENTE CRUZA EARLESS
Se tragó todo el miedo de golpe con aquel súbito
encontronazo. Llevaba horas caminando desde que salió del aeropuerto y, ahora,
la niebla ya ocultaba la carretera por lo que, pegado a la cuneta, no pudo
evitar tropezarse de sopetón con aquel mendigo harapiento que, con su brazo
extendido, parecía capaz de exigirle limosna al diablo mismo. El hombre
reaccionó templado y, disimulando el susto, rebuscó en el petate hasta dar con
la manta de viaje que tanto le costó introducir sin estropear la cremallera.
Era una buena ocasión para deshacerse de ella... -Tome,
oiga, no puede andar así por la calle a estas horas...
El viejo barbudo recogió la manta con expresión
desorbitada y el hombre prosiguió carretera adelante. Mantuvo la respiración
una decena de metros hasta sentirse por fin aliviado. Se podían vislumbrar las
farolas del viejo puente que entra en Earless y, acelerando el paso, descendió
por la estrecha carretera que conduce a la población.
El vuelo que lo trajo a la capital lo hizo con un
retraso exagerado, algo ya casi habitual. Hasta allí no había autobús de
noche, pero era necesario llegar pues a primera hora de cada mañana salía la línea
que iba a Dursot, la casa de sus padres y destino final. Hacía más de cinco
meses que no tenía trabajo. Tras más de once años seguidos sin el más leve
problema en su empresa, fue despedido al igual que otros tantos que, de repente,
se convirtieron en un peso excesivamente caro, según el criterio esgrimido por
la nueva directiva. Lo que más lamentó de aquella situación fue acceder de
nuevo al primer plano de la desgastada atención de sus padres para quienes, ya
mayores, cualquier tipo de preocupación era lo menos conveniente.
Al principio se dio tiempo, un margen prudencial
para asimilar el golpe y quizás, con algo de suerte, volver a incorporarse en
otro trabajo, pero necesitaba un cambio de aires, un remanso entre tanta tensión
acumulada. Sus padres ignoraban que llegaba, aunque sabían lo de su empresa.
Ahora vivían en Dursot, pero años antes residieron en Earless y él aún retenía
en la memoria de su infancia los senderos entre bosques, casi con la misma
nitidez. Cruzó el puente iluminado tan solo por los halos tenues que la niebla dejaba traspasar. Abajo, escuchó el río que nutría la laguna, se podía adivinar su lento cabalgar. Estaba cansado. Los doce kilómetros que separaban el aeropuerto del pueblo le ayudarían a descansar mejor, solo pensaba en la pensión de la señora Cortéz, ahora regentada por sus sobrinos y mañana, por fin, de vuelta a casa.
La mañana se despertó en medio de una lluvia
plomiza, sin amanecer, aunque tibia. El autobús que le llevaba a casa se detuvo
a la entrada del puente que cruza Earless. Los vehículos atravesados de la
policía impedían el paso al tráfico y, con sus luces parpadeantes, levantaban
la curiosidad entre los habitantes de la tranquila villa. Un agente subió al
autobús y avanzó por el pasillo en actitud vigilante, observando cada detalle
de los pasajeros. Luego, respondió a la inquietud de una nerviosa anciana...
Habían encontrado el cuerpo ahorcado de la baranda del puente, colgado sobre el
río. Pertenecía a un jefe de la antigua fábrica. La anciana, a su lado, le
golpeó con el codo y farfulló: -Se
llevan la fábrica, acabarán con el pueblo, con la gente...
Sí, es duro comenzar de nuevo, pensó él, sin
entrar a la conversación.
Una ambulancia hizo sonar la sirena al abrir la
comitiva y, detrás, le siguió el automóvil que transportaba el cadáver. Los
policías ordenaron la circulación y el puente volvió a cobrar vida mientras
los pasajeros regresaban a sus asientos. -Ya
nos movemos! Por fin se pone en marcha...- La anciana farfulló de nuevo en voz
alta. -...Sí,
la vida sigue.
****”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, de Luis Tamargo.-***** |
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