RADIOGRAFÍA
TEXTUAL DEL TRISTE SR. BANEGAS
(reflexiones acerca de un discurso histérico)
Autor:
María Geldstein
La página que nos convoca, hay que decirlo, es pródiga en disparatadas
sorpresas. Me la recomendó un amigo: entré, leí, mandé la lectura personal
de un cuento e inmediatamente me vi envuelta en una polémica con un tal señor
Aguirre. Lo notable es que no había concluido de contestarle a mi contrincante,
cuando me encontré con el texto del señor Banegas. Sus apreciaciones acerca
del cuento Mano de acero o la encrucijada
constituyen un texto por completo excéntrico, portador de una
belicosidad por completo extrema e injustificada. Primero me produjo asombro y
muchísima risa (lo trágico-cómico); pero luego de haber ahondando en su
estupidez, me convocó irremediablemente al discenso. Con el fin de
documentarme, leí el cuento antes citado, los cuentos de Banegas, su lectura
correctiva y la respuesta que le envió el hermano del autor del cuento (con
quien coincido en algunas de sus apreciaciones, que decidí agregar, con ciertos
matices, a mi lectura).
Aclaro: no soy pariente, ni amiga, ni siquiera conocida del clan Mármol.
Lo digo para que quede en claro que no es mi intención defender a nadie, sino más
bien reflexionar acerca de las bravuconadas francamente asombrosas del señor
Banegas. Porque, pese a la disección filológica del cuento del boxeador, el
texto de Banegas habla, antes que nada, sobre su persona y
su literatura.
Según mi opinión, dice:
1.
Que el señor Banegas es un gaucho compadrito, nacionalista y pavote
(como todo buen nacionalista), defensor acérrimo de nuestras tradiciones, que
se pasea por los campos sanpedrinos blandiendo sus tablas de la Ley (en las
cuales figura tallado el decálogo de Quiroga), dispuesto a quemar vivo a todo
aquel que desobedezca este mandato divino (¿Dios en San Pedro es Abelardo
Castillo?).
2.
Que Banegas es un lector francamente tonto ¿No es idiota adentrarse en
la lectura de un texto esperando encontrar la literatura de otro escritor, que
para colmo de males escribió un siglo atrás? (¿no es ridículo hasta lo
indecible que el señor Banegas pretenda, leyendo a un cuentista contemporáneo,
encontrar a Chejov?).
3.
Que el señor Banegas es un escritor mediocre y desinformado, o mejor
dicho mal informado por los anquilosados y enmohecidos dogmatismos de talleres
literarios y por las tonterías que lee en los libritos de difusión de su máximo
ídolo patrio don Abelardo Castillo (escritor de cuentos excelentes, cuentos
borgianos, cuentos cortacianos y cuentos prescindibles).
4.
Que el señor Banegas padece el triste síndrome del escritor
incomprendido: se cree genial, pero olvidado en la pampa húmeda de su pueblo
por la insensibilidad ciega de los editores, colegas y críticos, que no han
sabido ver la rigurosa y ética labor de quien obedece con tanto esmero las
buenas formas del Cuento Nacional (me refiero, claro, al decálogo de Quiroga).
Ocurre que la incomprensión (es sabido y lamentable) conduce de modo
irremediable al resentimiento. El cacareo mandón de Banegas es ostensiblemente
resentido y patético, tanto que da risa y lástima (en fin: verguenza ajena).
5.
Que el señor Banegas es la prueba viviente de que la ortodoxia militante
de los necios sólo es capaz de producir una estéril violencia intolerante y
represiva. Agradezcamos que el compadrito Banegas no es nadie desde el punto de
vista institucional (su texto, entonces, se torna risible); de lo contrario, las
consecuencias serían lamentables (la historia es pródiga en nefastos especímenes
de la calaña de nuestro sanpedrino).
6.
Que en verdad Banegas está olvidado porque su literatura es olvidable:
mediocre por obsecuente con sus mayores, excesivo respeto de las tradiciones (típica
bobería nacionalista) y un superlativo resentimiento engreído (por fracasado).
7.
Que la literatura de Banegas atrasa de cinco a diez décadas. Claro que
el hecho de que su literatura repita un modelo anacrónico no sería demasiado
perjudicial (ya que iría en detrimento sólo de sus cuentos, aproximándolos al
lugar de lo ilegible) si no fuera porque, no conforme con esto, el machito dogmático
y fascistoide que lleva adentro hace que pretenda universalizar sus antiguallas
con la prepotencia ridiculona de su diccionario de términos censurables (no me
diga nada, la lista se la pasó Castillo) y demás ordenanzas inquebrantables
para el buen uso del sacrosanto Cuento Argentino: primera frase perfectita,
cavar profundo el pozo de la historia en detrimento del títere-personaje, un
final sorpresa y media (que si es fantástico mejor), y claro, como usted dice
(ejemplo inigualable de alumno aplicado) la búsqueda de la “perfección”,
eso que llaman un cuento redondo (como
si acaso la literatura tuviera como aspiración repetir figuras geométricas).
Pregón repetido hasta la saturación por Quiroga, Cortázar, su guía
espiritual Castillo y algunos otros, que, a dios gracias, tantos escritores
posteriores se permitieron desobedecer. No digo que los cuentos de los autores
antes citados estén mal (de hecho considero que son escritores insoslayables
dentro de la literatura argentina), digo que nadie puede obligar a nadie a
seguir escribiendo del modo que lo hacían ellos, y que la literatura (la
historia de la literatura lo comprueba) va desplazando sus formas y contenidos
por la desobediencia a los mandatos (la mala traducción) que los nuevos
escritores hacen respecto a sus predecesores. Es penoso que una se vea obligada
a argumentar en contra de escritores y textos sumamente disfrutables por
culpa de la ortodoxia castradora de matones al orden del día como el señor
Banegas, que pretenden instituir los procedimientos narrativos de dichos cuentos
como obligatorios para el buen uso
(jamás abuso) de la buena literatura.
En parte la culpa es de estos autores canónicos, que, con el propósito de
legitimar sus poéticas, escriben ridiculeces tales como decálogos (¿alguien
puede acaso tomar en serio y seguir al pie de la letra lo ordenado por un decálogo?)
o recetarios del tipo Ser
escritor, Biblia infaltable en el bolsillo del fiel Banegas, seguidor y
adorador incansable de la máxima entidad en el cielo de la literatura
sanpedrina, Su Santidad Abelardo Castillo, autor de uno de los descubrimientos
teórico más importantes del siglo XX: lo prolijito
en el texto escrito en la computadora (Oh!).
8.
Que la literatura de Banegas es plagiaria, ya que sus cuentitos padecen
la misma enfermedad que los de su Padre Protector Castillo: son borgianos,
cuando ya la literatura argentina parecía haber comprendido que nadie puede ni
debe escribir como Borges (es más que evidente que en Una
moneda de niquel no sólo la cita es de Borges).
9.
Que el Señor Banegas está tenso, muy tenso, completamente
imposibilitado de disfrutar de la literatura (ni como escritor ni como lector).
Es comprensible: se trata de un comportamiento típico de un alumno aplicado:
está tan encorsetado (reprimido) por el dogma que repite sin chistar, que tarde
o temprano estalla. ¡Y de qué forma! Querido Banegas: ¿es usted consciente de
que su exabrupto es un papelón lamentable? No tiene una idea lo que me he reído
mostrándole a mis compañeros de cursada su ensayito pedagógico. Comentaban
cosas tales como que su lamentable discurso gruñón de maestrito enojado
denotaba esa falta insistente de satisfacción que en nosotras, las mujeres, se
diagnostica como histeria. No me ofrezco a ayudarlo en la terapéutica que
corresponde porque francamente me repugna acostarme con la lacra inquisidora y
fascista de tipos como usted. Le recomiendo, en cambio, frecuentar ciertos
lugares en los que, por una moneda de
niquel, son capaces de soportar la descarga biliar y mierdosa de un
inquisidor cómico (cómico por patético).
Maria Geldstein, Moreno, Abril de 2001.
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