Tan sólo
Autora: Irene Lulo
Pedro bajó del taxi. Se acomodó el
traje, se alisó el cabello y comenzó a caminar por
Rivadavia rumbo a la oficina. Digamos que se confundía con el resto de
la gente, que parecía un oficinista más. El traje de persona normal le sentaba
muy bien y ocultaba con éxito a la bestia. Hasta podríamos pensar en Pedro
como un tipo agradable, como un buen amigo; ¡mire usted hasta qué punto nos
podríamos confundir!
Al cruzar Suipacha se encontró con una librería, antigua, nada llamaba la atención en ella, pero…¡vaya a saber uno por qué!, la bestia se detuvo y miró la vidriera. Allí, en un rinconcito, cubierto de polvo, mimetizándose con la pared, yacía olvidado un ejemplar de “Edipo rey”. Pedro lo observó con curiosidad, aquel dibujo del rey con sus cuencas oculares vacías y ensangrentadas no era normal. Era más bien anormal, sí, sí, la bestia había reflexionado que si no era normal debía de ser anormal. Era una ilustración tétrica e impactante, morbosa y espanta-lectores, si se me permite hacer uso de esta palabra inventada.
La mente de Pedro se nubló un momento, como un lento
procesador comenzó a escudriñar la memoria en busca de aquella historia leída
antaño en el colegio. Cuando hubo de tenerla bien fresca la bestia se sobresaltó.
Edipo, el pecaminoso Edipo, que simultáneamente a sus pecados tanta lástima
infundaba, se había arrancado los ojos, se había autoexiliado, se había
castigado con el peor de los castigos. Y él, Pedro Rosquedo, militar retirado,
no había matado a su padre ni cometido incesto con su madre, no, no, él no era
capaz de semejante cosa. Tan sólo había formado parte del peor acto criminal
que sufrió nuestro país, del horroroso exterminio humano que arrasó con
tantas vidas inocentes. Él no mató a su padre, pero sí
torturó y llevó violentamente a la muerte a cientos de personas. Él no
se acostó con su madre, pero sí violó a muchas mujeres que bien lo podrían
haber sido. Sin embargo, Pedro no se había arrancado los ojos. De color azul
profundo, éstos contrastaban con sus facciones autoritarias e inexpresivas. En
ese momento brillaban, emitiendo una luz cálida y dulce…¿Era posible que
Pedro fuese a arrepentirse?
Un bocinazo estridente e intenso resonó a sus espaldas. Como
despertando de un largo letargo, el ex-militar estornudó. Miró a su alrededor,
sus profundos ojos azules se veían más pequeños y ya no brillaban. De pronto
de acordó de Edipo, y esbozando una sonrisa, lo eliminó rápidamente de su
mente. Se acomodó el traje, se alisó el cabello y comenzó a caminar por
Rivadavia rumbo a la oficina, siempre derecho, siempre humano. Como los
argentinos, derechos y humanos.