SUCIA NARRACIÓN DEL AMIGO DEL SUICIDA

(A los que pretenden que el mundo cambiará por su muerte...)  

Por FELIPE RÍOS BAEZA

 

As soon as you’re born they make you feel small... Cuando entré al departamento del Miguel con la copia de la llave que él mismo me había dado, sentí el aire enrarecido. En los parlantes sonaba un disco de Lennon, estaba todo tirado y el Miguel parecía no haber estado allí en años. By giving you no time instead of it all... en el suelo vi libros, papeles amuñados, cajetillas de cigarro, una cerveza derramada, y en el centro, un pequeño piso botado... en fin, todo ese distinguido centro de reunión se había reducido a un desorden enorme. “Qué raro” pensé. Miguel se caracterizaba por su extrema pulcritud, más aún los días viernes, sabiendo que nos reuníamos como habitualmente lo hacemos aquí, en su departamento. ¿Qué iban a pensar la Beatriz y, sobre todo, la Renata, cuando llegaran y encontraran este desastre? Traté de buscar al Miguel por todas las habitaciones, en el baño, en el balcón, pero era inútil. Fui a la cocina y descubrí que había puesto a calentar agua... Till the pain is so big you feel nothing at all... por un momento la idea de que habían entrado a robar se me vino a la cabeza, pero era imposible: la cerradura no había sido forzada y aparentemente no faltaba nada de lo habitual en ese departamento. Miguel, un tipo apacible, tranquilo... ¿podría haber sido secuestrado y, tal vez, en el forcejeo, el departamento habría quedado en estas condiciones? No,  nunca. Cualquiera de nosotros tenía más cara de sospechoso (¿pero de qué?) que él. A working class hero is something to be... Lennon seguía inundando todo el lugar con su voz desgarrada. Miguel, Miguel... ¿dónde diablos te habías metido? ¿Es que acaso no habíamos acordado juntarnos como todos los viernes aquí en tu casa, ver una mala película de el TV, tomarnos unas cervezas, ok, ok, oir a John Lennon si así te satisfacía, y las chicas... Se me ocurrió ir al escritorio donde el desorden de papeles era mayor y descubrí allí un prolijo sobre aéreo que sin embargo no tenía destinatario. Remitía el muy ilustre y distinguido (y ahora desaparecido) señor Miguel Fuentes Ibarra. La caligrafía efectivamente era la del Miguel, sin embargo su nombre estaba escrito a trazos largos y temblorosos, desconocidos para mí hasta ese momento. Permanecí unos cuantos segundos con la carta en la mano sin querer violar la correspondencia de mi amigo. ¿Y si ahí estaba la respuesta de su desaparición? ¡No, que vá! Miguel no podría haber puesto dentro de ese sobre algo así como “amigos, me voy a pasar unos días a casa de Delia” o, tal vez, “salí, vuelvo en seguida”... sería de muy mal gusto de su parte avisarnos de esa manera que no se encontraría hoy por la noche en su departamento. Además, hubiera bastado con una nota pegada con scotch tape en la puerta o, cuando mucho, atada al mantel de la mesa con un alfiler. No, esa carta era algo privado entre el Miguel y un destinatario aún invisible... A working class hero is something to be... Dejé la carta sobre el escritorio y volví a girar para ver el desorden. Me arremangué las mangas de la camisa pues hacía un calor insoportable. Fijé nuevamente la vista en el centro del departamento y vi la cerveza derramada, las cajetillas de cigarro, el piso botado... ese piso era de la cocina, ¿qué hacía ahí en medio? Cuando mis ojos, como movidos por una fuerza superior, se detuvieron en el piso, y poco a poco comenzaron a subir en ese misma dirección, no pude imaginarme otra cosa: sí, efectivamente. Ahí estaba el Miguel, ahorcado, colgado del cuello por una gruesa soga. Estaba ahí tan estático, tan inmóvil e indefenso que su presencia me desagradó un poco. “Ah, ahí estabas” le dije mientras golpeaba uno de sus pies con gesto amistoso. El cuerpo inerte comenzó a balancearse levemente, por lo que me abracé a sus piernas para que dejara de hacerlo. Me fijé con cierta repugnancia en su cuello, que había comenzado a ulcerarse por la presión de la soga. Miguel tenía los párpados semicerrados, la boca morada, abierta, babeante, las mejillas pálidas, el rostro descompuesto por el dolor... vestía su traje gris habitual de la oficina, su corbata chillona y los mocasines tan lustrados y brillantes que pude, incluso, reflejarme en ellos. Miguel, Miguelito, siempre luciendo ese pelo negro azabache peinado a la gomina y la barba bien rasurada, desprendiendo ese olor a perfume importado... bah, Miguel, sigues siendo el mismo hasta en la muerte. Me senté sobre el escritorio y traté de ordenar las montañas de papeles que habían sobre él. Dejé el sobre aparte para no olvidarme y me encontré con un montón de manuscritos amuñados que arrojaban la preciosista caligrafía del Miguel. No parecían tener un orden fijo, ni una secuencia lógica, por lo que me costó trabajo agruparlos, clasificarlos para que tuviesen sentido... tampoco lo tenían. Miguel comenzaba a contar algo de su infancia, al parecer. Hablaba de unos parques, de su madre, de Delia que en ese entonces tenía la misma edad que él. Luego ponía en tela de duda el confuso mundo de los valores, absolutos, relativos... bah, qué importa... ¿valores? ¿tú, Miguel?, por favor. ¿De qué valores me hablas si ahora te limitas a balancearte y girar en círculos mientras yo aquí me preocupo de ordenar toda la porquería que escribiste? Sí, todo depende del punto de vista... They hurt you at home and they hit you at school... pero para nadie es un misterio cómo lograste entablar relaciones con la Renata. Y esta pobre chica, ¿qué va a pensar de ti cuando llegue y te encuentre ahí colgado? Ah, no quiero ni pensarlo. Pobre Reni, si me acuerdo cuando la conocimos... ¿cuántos años tenía? ¿dieciséis? ¿tal vez menos? El caso es que te gustó y tu también le gustaste... sí, eso era, ella te amaba, sin condiciones, ¿cómo no iba a amarte, Miguel? Si con tu apariencia de encantador de serpientes (¿serpientes, mujeres? ¿qué más da?) la seduciste hasta que convenciste a esos dos viejos de que la niña tendría mejor futuro a tu lado que estudiando... ¿qué es lo que iba a estudiar la Renata? Ah, sí, químico farmacéutico... bah, ¿qué es eso? No lo sé, pero las pastillas te las conseguías igual... They hate you if you’re clever and they despise a fool... tú no la amabas. ¿Y qué fueron los primeros días? “Mira, Renata, este es el perro, p-e-r-r-o, hace guau guau, sí, sí, como los que tiene tu mamá en tu casa... y este es el gato, hace miau, rasguña y come pescado”. Y de noche te entretenías con su cuerpo, los libros de Hesse, el tabaco caro, los casos parecidos a los tuyos... qué se yo, los encandalos, la pedofilia de Chaplin, de Jackson. En fin, había que educarla para que fuera la distinguida señora de Fuentes, la muy aclamada y reconocida Renata de Fuentes, esposa y amante feliz del muy aclamado y reconocido don Miguel Fuentes Ibarra, dueño de... ¿de qué diablos eras dueño? Dueño de un destino incierto, solitario, que concluyó hoy mismo cuando uno de sus mejores amigos (tal vez el único) lo había encontrado ahorcado en su propio apartamento. Eras raro, Miguel, de todas maneras eras raro. Pero a fin de cuentas era tu vida, con una esposa a la que llevabas de la mano siempre y cuya frecuencia amatoria era incontrolable. ¿Hace unos cuatro o cinco años... fue un lunes cuando vine y...? Sí, sí, fue un día lunes... me acuerdo porque yo estaba con un par de horas menos de sueño y lo único que quería era que me invitaras una cerveza,y además quería soltar todo y largarme, quería desprenderme de la pegajosa rutina de la oficina, salir con la Beatriz, meterme dentro de la Beatriz, colgarme para siempre de la Beatriz, y quién sabe qué locuras más... Entonces sí, era lunes, y  cuando llegué tenías a la Renatita muerta de amor encima del escritorio, desnuda, mostrando todo su cuerpecito en formación. Y saliste con la sonrisa de siempre a recibirme... “pasa, amigo, que bueno tenerte aquí... ¡Renata, vístete que llegó Rolando!” ¿Vístete? ¿y cuando fue que aprendiste a decirle vístete si le habías enseñado desde un principio todo lo contrario?... vístete... desvístete... sácate eso... ponte aquello... lo tuyo es mío, lo mío es tuyo... lo nuestro, ¿qué es lo nuestro?... “Hola Rolando” me decía ella con su vocecita pospubertad, y total, le daba lo mismo andar en cueros delante de mí, bien sabía ella que era la muy distinguida señora de Fuentes y que si le tocaba un pelo el muy aclamado señor Fuentes iba a... a nada, Miguel, no hubieras hecho nada. A lo más me hubieras advertido que fuera suave con ella... Renata de Fuentes, la pobre niña rica que andaba todo el día en cueros por la casa complaciendo las más intensas fantasías de su marido. Y cómo eras de complaciente con ella, Miguel... “Miguel, quiero esto, quiero aquello, lo quiero todo” y de los bolsillos sacabas los últimos pesos que te quedaban para costearle a la niña todo los caprichos, porque sino la niña se pone mala, y si se pone mala Miguel también se pone malo... y eso importa, ¿importa?, claro que importa...  por ende, un rábano, el mundo es un rábano cuando Miguelito y Renatita se ponen malos. ¡Qué barbaridad! Si a la pobre al conocerme me empezó a tratar de usted... don Rolando... don Rolando, ¿cómo conoció a Miguel? Y yo le inventaba historias de dragones y princesas para que me creyera... mira Renatita... no me llame Renatita, soy Renata de Fuentes... ¿y eso qué?, yo soy Rolando de ninguna parte y tu me dices “don”. Y ahí salías tú para decirle a la Renata que fuera a preparar unos cafés bien cargados porque ni el mismo infierno del diablo podía calentar ese departamento... y ella, así, desnuda, iba tiritando a hervir agua. “Lo que más me molesta de ella” me decías “es que quiere que le consiga un perrito”. Y ese capricho no tardó ni tres días en materializarse, cuando llegaste con un cachorro, llorón y odioso, y se lo tuviste como regalo cuando volviera del colegio. Fue tanta la alegría que cedió a hacer el amor contigo durante toda esa tarde, sin importar el cansancio. Es más, las mismas horas de descanso ella trataba de fomentarlas con juegos y caricias alentadoras. Y me contaste a la mañana siguiente que te dolían hasta los riñones, que la Renata tenía un vientre insaciable, que cada día la querías más. Eso no es querer a alguien, Miguel... tu cariño por la Renata era solamente el deseo por la Renata. Hablabas de ella como un remedio necesario, como un desayuno diario. “Quiero a la Renata” era “deseo a la Renata” y sí que la deseabas, con todo el cuerpo y toda la imaginación. En la oficina quién sabe qué cosas se te pasaban por la mente cuando con el café de las doce y cuarto sacabas de tu billetera una foto carnet de la Renata y te quedabas contemplándola. “Quiere un perrito” me decías a mí, que yo trataba todo lo contrario, librarme de una Beatriz que mi cuerpo y mi imaginación ya no toleraba, ya no deseaba, pero amaba con todo el corazón. “Somos muy distintos, Rolando”, “Ah, Rolando, Rolando, llevas demasiado tiempo con la Beatriz”, “Bah, Rolando, si no la deseas  entonces desechala”. Y las risotadas mutuas para seguir trabajando como los animales que éramos, con la vista puesta en una fría pantalla de computador pero con los verdaderos ojos fijos en la Renata y en la Beatriz...

                Seguí leyendo los manuscritos del Miguel, que paulatinamente revelaban verdades que yo conocía, sí, a cabalidad, pero que jamás podría haber plasmado con tanto acierto en un papel. Me encogí de hombros al leer su adolescencia, no muy distinta a la mía... pero era admirable, ¿cómo pudiste resumir esos años de pudor y fulgor, fulgor y pudor,no, amor, fulgor, no, amor, pudor, dolor, mejor, en míseras cinco páginas? “Sin pensarlo siquiera me vi escribiéndole versos a Delia”. Hablabas poco de esa tremenda mujer, Miguel, y eso no te lo perdonamos nunca. Está bien que a la Beatriz le hubieses negado el derecho a saber sobre Delia, total, a ella poco le importaba, pero a la Renata sí le importaba. A mí me hablaste algo determinante, que luego desembocó en admiración mutua hacia ella... Till you’re so fuckin’ crazy you can’t follow their rules...  “Ah...ah... es una amiga de la infancia”. Delia fue tu madre, Miguel, Delia fue más que tu amiga, fue tu abuela, tu verdadera esposa, tu amante, tu hermana... la Renata, por mucho que la desearas, era un simple juguete de tu imaginación, alienado y armado a tu manera, ¿o no? Delia era tremenda cuando hablaba de la Renata, con esos ojos de fiera que tenía: “el problema no es ella, el problema no eres tú, Miguel... el problema te lo darán los demás”... y los demás, querido Miguelito, los demás eran nada más y nada menos que ella misma. Le oí hablar sin rencores una vez que nos encontramos en un café a la salida de la oficina con ella y la invitaste a compartir una mesa sucia de pudores y recuerdos. “Ah, sí, tú eres Rolando... me han hablado de ti”, “lo mismo digo, Delia”. “¿Que qué? Ah, esto era lo último que se me habría ocurrido... tú con una niñita de dieciséis... suena raro y suena bien a la vez, ¿no crees, Rolando?”, “a esta altura no creo en nada, madame”. Delia era siempre igual, Delia era todos y ninguno a la vez: era ella a veces, a veces era tú, a veces era la propia Beatriz o la Renata. Delia era la máscara divertida de nuestras vicisitudes, era el camión de la basura de nuestro espíritu. ¿Qué iba a pensar ella, sí, sobre todo ella, cuando supiera que te habías ahorcado? Seguramente no iba a pensar nada, se pondría en tu pellejo y te daría la razón...

-¿No dejó ninguna nota?

-No... ¡Ah, sí! Una carta sellada, sólo con el remitente- 

-Ábrela- su voz era idéntica a como la recordaba esa tarde en el café.  

-Bien, Delia... espera

-No, no, mejor voy yo para allá

-Es que va a venir la Renata y la Beatriz también

-Ya me lo suponía, ¿ellas saben algo?

-Prefiero que vean el cuerpo- mi voz sonaba algo preocupada por el teléfono

-Bien, entonces eso quiere decir que sí, que voy para allá. Nos vemos-

-Adiós- al colgar el teléfono sentí un estremecimiento. El Miguel seguía ahí colgado mirando el lugar con los ojos blancos y los labios morados, babeantes, mientras yo me incorporaba poco a poco, tratando de repasar mentalmente cómo lo había encontrado todo al llegar. Abandoné por un momento los manuscritos ajados y centré mi atención en el sobre. Me pareció más limpio que antes. ¿Lo abría o no?... A working class hero is something to be... la cerveza derramada, Lennon cantando con voz pastosa, Miguel ahí ahorcado, el agua hirviendo en la cocina, los recuerdos, los escritos, el cigarro, el calor... sí, todo parecía juntarse y dar las pautas para comprender que ese sobre, abierto o no, descubierto ante la más clara opinión o sellado para siempre, era una simple estratagema, una escaramuza cruel. ¿Y a quién le importaba? Lo dejé sobre el escritorio y volví a los escritos, tratando de que estos me revelaran algo más, por curiosidad, de Delia, de Renata, de Beatriz, de mí, tal vez... “mira, Rolando, tú eres mi amigo y te lo voy a confesar...” ¿cuándo fue que me dijiste eso? ¿dos, tres años atrás? No, no... fue el año en que la Renata cumplió dieciocho y tú me hablaste del tedio, del fastidio de vivir sin el escándalo encima... ese año fue cuando me hablaste de Delia, del romance sufrido, de las pocas veces que ella te hablaba de igual a igual, que más parecía tu madre que tu amante secreta, que tu amiga idónea... “Miguel, lo que más me impresionó de ella fue su mirada penetrante, sus ojos de  gata”... “¿gata? Sí, sí, gata... Ah, Delia... Delia es rara, mi amigo. Es cierto que es muy atractiva, como tú pudiste comprobarlo... ojos de gata... pero es extraña. Tiene una pantera de mascota. Sí, hombre, en su casa, una pantera, negra y grande, que anda por todos lados sin molestar a nadie. Delia le hizo sacar los dientes y cortar las uñas, pero la pantera de todas formas hace despertar un miedo impresionante. Si la vieras ahí a Delia con su pantera, las dos juntitas, mirándote fijamente, te daría miedo. Por eso yo no voy nunca a su casa, por miedo a la pantera y por miedo a ella también. Una tiene algo de la otra, y eso lo comprobé cuando traté de explicarle con lujo de detalles cómo era una velada maravillosa con la Renata (ah, mi Renatita) y ella salió con el cuento de la pantera. Lo que para ti representa la Beatriz, o para mí la Renata, la pantera lo es para ella. Puedo verlo en sus ojos, la pantera es ella y a la vez ella es la bestia. De un tiempo a esta parte Delia se ha vuelto un poco bestia... ojos de gata... y yo me he puesto algo Renata, ¿no crees”, “hace tiempo que no creo, amigo”, “eso no importa. Lo que te digo es que si reconoces que Delia es una fiera”, “No lo sé, por lo menos trató de ruborizarme con los ojos de gata y no lo consiguió... así que creo que sí”. Y así eran las conversaciones de los viernes en la tarde antes que llegaran las chicas o llegara Delia. La Beatriz se aburría, eso estaba más que claro. Lo que más le gustaba a la Beatriz era sentir sobre su cuerpo las sábanas frescas de una buena cama, recién hecha, y no dormir sobre improvisados colchones en mi habitación. Después le pasé mi cama y no le gustó, así que siguió durmiendo en el suelo entre los cojines y las mantas que traía desde la casa de sus padres. “Háblame de Beatriz”... A working class hero is something to be... “no es mucho lo que te puedo contar, Miguel”. Sí, en realidad, ¿qué podría hablar de la Beatriz? A la Beatriz no había que entenderla, había que sentirla no más, con eso ella quedaba satisfecha. La Beatriz no conciliaba ni años, ni meses, ni días... su tiempo se medía por sus catástrofes espirituales... “Y cuando te conocí, Rolando, cuando te conocí te desconocí al mismo tiempo... y me desconocí a mí misma”. Todo era incierto para ella. Los encuentros se remitían a la brevedad de un café cargado y las charlas convencionales... bah, las convenciones, qué hartazgo. Todo se rige por convenciones... “¿quieres?”, “no, gracias”. ¿Qué agradeces?, ¿por qué agradeces? Por la convención de la educación, la educación que nos enseña los convencionalismos cerrados de una sociedad convencional. Alguien va tranquilo por la calle y lo destripan con un cuchillo... conmoción, conciencia, anti-convencionalismo... nadie se preocuparía del tipo si se le hubiese caído la billetera en vez de la dignidad, en vez de la vida. Es convencional acercarse a recogerle la billetera, pero no las tripas. ¿Y eso, quién te lo enseña, linda Beatriz? Nadie, la educación de una sociedad convencional, es decir, nadie. Te despiertas en la mañana con el sudor pegajoso de las noches de fin de semana y te das una ducha bien fría... ¿por qué? Porque voy yo a visitarte esa mañana. Pero Beatriz, si a mí no me desagrada encontrarte con el aroma pegajoso de los fin de semana... ¿te bañas por la convención del baño matutino?... A working class hero is something to be... O no, todo parece regirse con el agrado-desagrado, con una ley fija de que en gustos no hay nada escrito pero sí todo dicho. Problema, problema de convencionalismos, de gusto... ¿me gustas, Beatriz? Sí, sí, me gustas, me agradas, eres mi convencionalismo, por ende. ¿No me gustas, Beatriz? Entonces pasas a transformarte en un problema, en un recogedor de tripas, anti-convencional... vale decir, entonces, que no me gustas, no me eres convencional, y me desagradas sobremanera. Costumbres locas, no más, costumbres que no hay que pensarlas mucho, porque a la Beatriz no había que entenderla, como a Delia, había que sentirla con todos sus encantos de mujer, que no eran convencionales, que eran instintivos, y que el Miguel jamás comprendería.

                Entonces, ¿qué hablar de la Beatriz? ¿Cómo se te ocurre que le iba a decir que tenías la casa llena de fantasmas? Y los fantasmas que aparecían puntuales a las tres y media de la tarde, con todo el calor que arrojaba la ventana de la pieza de tus padres. Y esos fantasmas los producías tú misma, Beatriz, tú misma con tus miedos. Un día llegaste y dijiste “voy a tirar los miedos en algún lugar”, y te los arrebataste del cuerpo como quien se arrebata un par de zapatos, y los dejaste tirados a los pobres miedos, que ya ni me acuerdo a qué apuntaban, en un rincón en la pieza de tus padres mientras te refrescabas con la sábana blanca, recién puesta, y con el sudor que fundía nuestros cuerpos, y los fantasmas que nos miraban llorando, independientes, sin trabajo más que atormentar desde ahora la casa. Qué aburrida era la vida de los fantasmas, Beatriz, ¿no cierto? Andaban de aquí para allá y nadie los tomaba mucho en cuenta, salvo cuando a ti te daba por acordarte de ellos, cuando ellos vivían en ti, y les dejabas las ventanas abiertas para que entraran y te hicieran algo de compañía en tus noches de insomnio. Fantasmas en la casa; sí, tenías la casa llena de ellos, y eran de todos los portes y contexturas. Cuando estiré la mano hacia tu velador para encender la luz porque la cama parecía vibrar, pasé rozando la mano de uno de ellos. “¿Y eso que fue”, “Nada, un fantasma”. Y nos quedabamos tranquilos porque tú ponías a calentar agua y los fantasmas se iban a la cocina a esperar que hirviera, la única entretención de esos pobres desde que tú te los arrancaste bruscamente.

                Los fantasmas de Beatriz a veces molestaban en la noche, pero bastaba poner a calentar agua para el café y se sosegaban. Habían salido de ella por voluntad de la valentía. O quizás de la temeridad, porque quitarse los miedos de encima no fue tarea fácil, aunque el proceso se dio en forma rápida. Y la costumbre de poner a hervir agua todos los jueves en la noche se había transformado en un convencionalismo, en un tratado secreto entre tú y tus fantasmas, Beatriz. Yo era el único que conocía eso de los fantasmas, lo mismo que lo de la pantera de Delia, que me daban unas ganas terribles de conocerla por simple curiosidad, para ver si era verdad el parecido aterrador con su dueña que me reveló el Miguel una tarde. Fantasmas, pantera... el Miguel colgado. Todo apuntaba hacia ese cuerpo colgado que daba vueltas en redondo. Quizás el Miguel también había tenido sus fantasmas... When they’ve tortured and scared you for 20 odd years... y se los había arrancado una vez muerto. Ahora deambularían perdidos por este departamento. Los admiro a los dos: a ti Miguel, colgado allá arriba mirándome mientras ordeno toda la porquería que escribiste, con los ojos blancos, babeando por la boca morada... y a ti Beatriz, perdida en la ciudad, esperando a que sean las diez en punto para venir. Y los dos sin sus fantasmas ya, en cambio yo aún tengo los míos, aún los tengo, pero claro, no todos nacieron con el estigma del miedo, a algunos los parió el tiempo asesino, la desesperación, el rencor, las malas horas, las horas perdidas. Incluso hay algunos hijos del amor, con la amargura de los fracasos y la dulzura de tus besos, Beatriz. El caso es que no me los puedo arrancar de encima, andan conmigo a todos lados, con su invisibilidad que me desespera. Y cuando me desespero, ¡pum!, aparece otro más y se amontona con los más viejos sobre mi espalda. Dan ganas de repente de poner a hervir agua... pero estos endemoniados no son como los tuyos, Beatriz, ni los tuyos, Miguel. Los míos se entretienen conmigo, no con la evaporación paulatina de agua ni con un cadáver lleno de complejos de culpa, sino con mi vida, conmigo mismo, con mis inquietudes y mis problemas, y cuando me pongo a pensar en eso, ¡pum!, nace otro. Es como un ciclo del que prefiero no acordarme, sino resignarme. ¿Y Delia y la Renatita tendrán también este tipo de espectros propios? No, Delia tiene a su fiera, y Renata... bueno, Renata antes te tenía a ti Miguel. Ahora no sé qué puede tener como fantasma, como capricho. La puerta de entrada se mueve, pero no es precisamente uno de mis fantasmas ni uno de los tuyos, amigo, el que la abre... ah, es Renata.

- Hola Rolando

- Dime, “don”- tras reírse del mal chiste, no demora en notar el considerable desorden en el departamento y en ver al Miguel colgado de la gruesa soga. Lanza un chillido de gata y se desploma en el suelo, cerca de la cerveza derramada y el piso. La veo caer pero reacciono despacio, como si algo me dijera “no, no... deja que se azote la cabeza y recién en ese momento acude en su ayuda”. ¿Un fantasma quizás? Quién sabe; o tal vez el mismo Miguel desde lo alto. Renata parece fatigada, pálida desde incluso antes de ver la escena. Trato de reanimarla, le golpeo suavemente las mejillas, la remuevo tomándola de los brazos, pero no reacciona con ningún estímulo. La dejo ahí, en el suelo. Hoy se ve ciertamente bonita, pues el pelo castaño desordenado le cae liso y armónico sobre las mejillas blancas. Se ha pintado la boca de rojo y los párpados de azul, tal como al Miguel le gustaba que estuviera. Había cambiado mucho desde los dieciséis, pues a esa edad aún su cuerpo daba pie para deseos y fantasías más pudorosas. Ahora era un mujer más, una señora que había tenido la desdicha de enviudar a los veinte años pues al brillante señor don Miguel Fuentes se le había ocurrido ahorcarse, y justo en noche de viernes. ¿Motivos? ¿Tienen que existir motivos para que alguien busque una vieja soga en su casa y destine su vida a mejor vida, o a mejor muerte?... Then they expect you to pick a career... “estamos en convencionalismos, Rolandito... nadie se ahorca porque sí”. El Miguel sí, es capaz de eso. ¿Y qué había con eso? Ya sabía yo que tenía que tratar, por convencionalismo, de buscar el motivo no en la carta sellada sin destinatario, sino en los manuscritos... y el Miguel ahí colgado en lo alto, la Renata desmayada en medio del departamento, Lennon aún cantando lo suyo, el agua hirviendo en la cocina, los fantasmas, la pantera... no sé, nada me motiva a centrar mi atención en estos cebosos papeles... J’ai besoin de ton aide diría Delia en este momento. Würden sie mir bitte helfen Beatriz. La Renata no diría nada en mi situación, y yo tampoco.

                Uno a uno empujaba los papeles leídos del escritorio. Caían lentamente al lado de la Renata y la cerveza derramada, justo bajo las suelas de los zapatos del Miguel. ¿Qué significaban vivencias tremendas como un día desperté y mi perro estaba muerto o Renata, luz de mi vida, dejó de serlo y fue así como... (frase inconclusa)? Suponía yo que estas anotaciones las había realizado unas horas antes de suicidarse. Pero el motivo no aparecía por ningún lado. Esperaba, por ahora, que la Renatita se dignara a despertar para preguntarle porqué ella, estrella fogosa, se había apagado para la vida del Miguel. ¿Y qué había pasado con Delia? ¿Acaso no iba a venir de inmediato?... When you can’t really function you’re so full of fear... “Nunca confíes en Delia” me reveló una vez el Miguel. “Nunca sabes lo que ella va decir o hacer, su conducta es impredecible... y creo que ahí radica su atractivo. Por eso me costó tanto contarle lo mío con la Renata”. En cierto modo tenía razón. Cuando colgué el teléfono tampoco estaba muy seguro de que vendría; por lo tanto, tenía ahora absoluta libertad de proceder como mejor me pareciese, tanto con el cuerpo del Miguel como con su carta sin destinatario. Pero estaba la Renata, mal que mal, ella era la que lo había soportado por cuatro años y era su mujer legal. ¿Esperaba a que se recuperara o simplemente rompía un extremo del sobre sin tomarla en consideración? Opté por la primera alternativa y volví a la lectura de los manuscritos. Por un momento me pareció extraño que el agua hirviera con tanta lentitud, y lo pensé a raíz de que tenía unas ganas irresistibles de sentir la amargura de un buen café en el paladar. Todo este ajetreo, un día endemoniado en la oficina, el tedioso camino de mi casa a la casa del Miguel, éste finalmente muerto, colgando del techo, John Lennon, la voz de John Lennon, las gafas bajando por la nariz aguileña de John Lennon, los carteles firmados temblorosamente por Lennon-Ono... A working class hero is something to be... el sobre misterioso, los manuscritos-malescritos, la voz felina de Delia por teléfono, la Renata pálida tumbada en el suelo y la ausencia de la Beatriz justo en un momento como éste... todo, en resumen, todo me resultaba algo complejo de análisis. ¿Pero y por qué debía tener una lógica?¿Por qué todo debía ser digno de explicación? “Así nos han educado, Rolandito, como tarados... ciencia pura y poca magia. Todo debía tener su significado prolijo y certero, y no dejaban margen a la plenitud imaginativa, a que algo realmente podía ser absurdo, sin explicación, libre de ataduras lógicas”. Y nos acostumbramos a anidar en nosotros mismos las ideas contrastantes, mal-bien, frío-caliente, vejez-juventud, fealdad-belleza, y quizás cuántas dualidades más... no había otra posibilidad: tenía que caber todo eso en nuestro frágil y esquivo cuerpo. No, no cabía explicación para los casos de Mr. Hyde y el doctor Jekyll, ni el de Dorian Gray, ni las máscaras exasperantes del teatro pirandelliano... “niños, eso es simple literatura, fantasía”... ¡qué barbaridad son los convencionalismos! Y habían otros más simples que afirmaron en nuestras caras, en tu cara Miguel, a tu memoria, y quizás cuántas veces en la cara de la Renatita que venía recién saliendo de esta barbarie inhumana, que el arte no servía para nada... sí, así de directamente mediocre. Ellos se catalogan y se disculpan de su franqueza y no saben que ser franco no es ser práctico, la franqueza nace naturalmente, y si no es hipocresía. “Eso no sirve, deséchalo”. Tú también eras algo así, mi buen Miguelín. Ser algo o ser nada. ¡Y se nos enseña a ver todo desde el lado práctico! Si sirve y es útil, bien, puede pasar... ¡ah, no! ¿eso es sólo simple deleite, goce, instinto, emoción desenfrenada? Lo siento, no tiene cabida. ¿Quién dictamina que se reprima tal o cual cosa y se permita otra? Los que siempre se beben el licor de lo práctico no dejan huellas en este mundo... los que se enternecen hasta con el tiempo de los intentos son los que alguna vez son cosiderados y viven felices. Eso lo decía Delia y yo te lo digo ahora, Miguel... A working class hero is something to be...

- Renata, despierta de una vez ¿quieres?- en eso la Renata abrió los ojos y sus mejillas se volvieron a sonrrosar. Y era como verla por primera vez...

¿Diablos, qué ocurriría ahora? Tú ahí colgado, Miguel, y esta mujercita, y “lo siento Renata, que esto se preveía”, y Delia que viene en camino... la situación era difícil. Mi brazo rodeó su espalda y le acerqué un vaso de agua. El calor era asfixiante. Siempre tratando de ocultar mi nerviosismo no pude si no decirle lo sucedido.

- Así estaba cuando yo llegué

- ¿No viste nada raro? Es decir, si forzaron la cerradura, si es que no se llevaron algo...- comenzó a sollozar

- Pero cómo eres de ingenua, querida. Miguel se mató, él, él mismo, sin ayuda de nadie-. Cubrió su cara con las dos manos y tragándose un llanto seco preguntó:

- Fue por mí, ¿verdad?

- ¿Qué dices? ¡Qué se yo!... ¿Por qué se suicidaría por ti? Él te quiso siempre. No, no, no Renatita, quítate esa idea de la cabeza

- Fue por Delia, entonces

- Ah, Delia, Delia... ¡No, tampoco! No fue por ninguno de nosotros. Entiende que Miguel estaba bien hasta ayer en la tarde, cuando nos terminamos unos cervezas en un bar cerca de la oficina. Incluso estaba pensando remodelar un poco este escritorio, tan viejo que está el pobre. ¿Te acuerdas, Renatita, cómo era antes esto? Sí, sí, sé que yo conozco al Miguel mucho antes que tú, pero ésto no era lo que es ahora cinco años atrás. Era divertido llegar cualquier noche y encontrar al Miguel escribiendo, rodeado del humo de sus cigarros importados, con los Beatles a todo volumen... If you want to be a hero well just follow me... y a propósito se hacía el intelectual, el “hombre ocupado”, cuando la puerta del escritorio se abría. Seguramente no hacía nada tras el escritorio, absolutamente nada. La máquina de escribir pedía a gritos que algunos dedos tecleasen algo, pero él la tenía ahí, con la cinta pálida pues nunca era usada.

- Miguel era así... ah, Miguel- lanzó un suspiro y lo inspeccionó con la mirada, mientras el cuerpo ya se comenzaba a hinchar. En eso tocaron la puerta...

- Delia... ahí está el Miguel- me atreví a decirle cuando su imponente figura entró al departamento

- Vaya, no pensé que era para tanto este asunto... ¿y el sobre?- le alcancé la carta sellada mientras ella, con sus delicados dedos, trataba de palpar su interior.

- Bien, bien... me imagino, sí, ya sé lo que es... ah, hola Renata

- Hola Delia- las dos se dieron una mirada penetrante, desafiante. Traté de darles el máximo de explicaciones a las dos pero no parecían tomarme mucho en cuenta. Al parecer, con las conciencias ellas se preocupaban de culparse mutuamente no más...     

                ¿Habrán sido unas dos horas en las que los tres permanecimos en silencio? Sí, sí... A working class hero is something to be... mejor dicho, los cuatro, con el Miguel. Lo miré de nuevo y parecía más feo ahora, pues el color de la piel había adquirido un tono grisáceo repugnante. En eso estaba cuando Delia se acercó a la Renata y le dio un certero golpe de puño, dejándola en el suelo inmovilizada. Luego fue donde el Miguel, rompió la carta sin destinatario y metió el picadillo de papeles en uno de los bolsillos de su chaqueta.

- Rolando, dejémonos de cuentos... la muerte del Miguel es un alivio para todos. Supongo que esto has debido haberlo pensado ¿no? Ahora el cuerpo ya ha empezado a apestar y esta niñita nos iba a dificultar la tarea... déjala ahí tirada en el suelo; vamos, ayúdame a bajarlo y a llevarlo a la morgue... ¿o quieres que departamento huela a muerto por el resto del día?

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