Contra
el autoritarismo, la soberbia
y
la ignorancia de Bernardo Vega
Santo
Domingo, octubre, 2002
Señor
Oscar López Reyes
Presidente
Colegio Dominicano de Periodistas (CDP)
Apreciado amigo:
Ha pasado el tiempo de la prudencia para
que pueda ponderar serenamente estas reflexiones antes de ponerlas en sus manos.
Por la gravedad de lo acontecido, deseo compartirlas con el Colegio Dominicano
de Periodistas, la organización profesional a la que pertenezco. La idea es
dejar una constancia documental de lo ocurrido, porque siento que cuando la
infamia carece de constancia suficiente, queda para siempre con las manos libres
y vestida de la misma impunidad de libros y cocteles con que se ha escrito la
historia de muchos de nuestros “notables”.
El día 30 del mes de julio fui notificado en una breve nota de mi despido como reportero del periódico El Caribe, el lugar donde laboré, lleno de ilusiones, desde el 22 de octubre del año 2000. Mi cancelación fue el desenlace de una gran turbulencia provocada por el director de ese medio, Bernardo Vega, una de las personas más autoritarias que he conocido en mi vida, más arrogante en su trato con el personal bajo su mando y más ignorante de todo cuanto significan los conceptos y el ejercicio del periodismo.
El trabajo de Bernardo Vega como director de ese diario se inició con un gran censura. Habían matado a tiros al general Juan René Beauchamps Javier. Yo fui designado por el periódico para buscar las historias de aquel oscuro acontecimiento. Cuando llegué a la escena del crimen encontré un millón de elementos noticiosos pululando en el ambiente -reuniones secretas entre el general y sus socios, pistolas perdidas en la bruma de una noche, caminos llenos de muchachitas “queridas” del general a cambio de un pedazo de la tierra tomada por él y un miedo antiguo anidado en los habitantes del Nordeste por la manera poco católica en que éste había construido su imperio-, todos buenos elementos para armar una historia llena de antecedentes, de preguntas sin respuestas y de complicidades.
La primera entrega del reportaje salió el viernes 5 del mes de febrero del año 2001, desde luego, dos días antes de la llegada de Bernardo Vega al diario, llegada que había sido anunciada con bombos y platillos. La nota hacía una relación detallada de las inversiones del general en la comunidad de Abreu, el lugar donde fue abatido, con una referencia a la manera en que resolvía sus disputas entre socios y compañeros de ruta. Si tiene usted buena memoria recordará el impacto que tuvo aquella primera historia en la opinión pública.
La siguiente debía ser la nota sobre la manera en que el general construyó su impero en unas tierras que tomó por la fuerza, utilizando los mismos métodos que aprendió de su maestro, el dictador Trujillo, y ejerciendo todo tipo de violencia contra los campesinos de la comunidad de Aguas Buenas. Uno de ellos, incluso, me mostró las huellas de los maltratos físicos dispensados por el general, cuando se negó a abandonar unas tierras que el oficial quería para sí, y que posteriormente ocupó, metralleta en mano, y las llenó de vacas que destruyeron las cosechas.
Como reportero, tenía en mis manos una gran historia, que iba a ser publicada por uno de los diarios que más demostraciones de independencia de criterio había dado hasta ese momento. Bernardo Vega llegó el domingo 7 de enero a tomar posesión de un cargo que, sin méritos, le habían regalado, y ese mismo día decidió que el reportaje no salía. Sus argumentos fueron definitivos: “Eso no es noticia. Si no tuvimos los timbales de enfrentarnos al general Beauchamps en vida, no podemos hacerlo en muerte”. Como nos habían vendido a Bernardo Vega como la cumbre de la intelectualidad y como el hombre que con su prestancia y sus maravillosos conocimientos salvaría el periódico de lo ordinario, para mi fue, sencillamente, una sorpresa chocar frontalmente contra esa pared de ignorancia sobre la naturaleza de un oficio que, como el periodismo, está llamado a escribir la historia que se gesta cada día.
Si esos episodios de violencia contra los campesinos desalojados y de extraños negocios naciendo de las manos del general activaron la ignorancia de este hombre infalible, las entregas subsiguientes fueron condenadas sin apelación. Según los resultados de nuestra investigación, días antes de su muerte, el general Beauchamps se reunió en el arruinado complejo turístico Eden Bay, de su propiedad, con unos socios de cara dura, extranjeros y con el cuerpo lleno de tatuajes de anclas y rostros de Popeye, que le reclamaban resolver situaciones de negocios comunes. Según nuestras fuentes, la reunión terminó entre gritos y peleas, y con el general parado de su silla, apuntando un arma a los congregados y echándolos del lugar.
Otra información de gran valía periodística fue que el día nueve de enero del año 2001, es decir, pocos días después que fue abatido en Abreu, el general Beauchamps había sido citado a juicio en un tribunal de la capital para responder una de las querellas de sus socios.
Bernardo Vega hizo que toda la información que había logrado El Caribe sobre el caso Beauchamps, luego de una interesante hazaña de periodismo investigativo, se muriera en el silencio, negándole al país su derecho a estar informado sobre uno de los hechos noticiosos más importantes del año 2000, y sobre un hombre que vivió en la violencia y murió en ella, que atropelló sin misericordia a mucha gente y que negoció sin reparos con el poder sin límites que un presidente amigo le concedió.
Como mi oficio de periodista es el oficio de la verdad, nunca estuve de acuerdo con esa censura y luché contra ella, con las pocas armas que tiene un reportero frente a un director de periódico todopoderoso y soberbio, que se cree que todo lo puede, que piensa que es el único dueño de la verdad, que se cree el principio y el fin de la sabiduría y que tiene la insana actitud de considerarse merecedor de todo.
Más adelante, en los primeros días del mes de marzo, presenté al periódico los resultados de un trabajo periodístico testimonial hecho entre un grupo de nacionales haitianos que, varados en su última estación, se decidieron a contarme frente a una grabadora la manera en que, siendo muy jóvenes, lograron escapar de la matanza propiciada por el dictador Trujillo a finales del año 1937.
Trabajando como una hormiguita entre pueblos pequeños situados al otro lado de la frontera, desafiando el sol y caminando por caminos polvorientos, llenos de desamparo, de dolores y de dificultades, logré reunir un número suficiente de testimonios interesantes, que bien podrían indicarnos una vez más qué tan cierto y tan definitivo fue el dolor de aquellos días. El, sentado en su poltrona, sin mirar a nadie a la cara y sin permitir ningún asomo de contestación, en una reunión levantó los reportajes que tenía en la mano y dijo: “Que no se publiquen porque ya yo publiqué un libro sobre este tema”. Y así, sin apelación, como siempre actúa frente a todos los que están bajo su línea de mando, envió los reportajes al zafacón que le quedaba más cerca, y sin apelación, pasó al próximo punto de la agenda.
Lo peor que ha ocurrido en el tiempo de Bernardo Vega al frente del periódico El Caribe es, sin dudas, un episodio relacionado con un documentado trabajo de investigación que habíamos preparado sobre un complot que se organizaba en territorio dominicano para derrocar al presidente Jean Bertrand Aristide. Viajamos varias veces a Puerto Príncipe donde hicimos contacto con múltiples fuentes, encaramos a algunos de los protagonistas de la conspiración y a algunos de sus allegados. Todo fue organizado meticulosamente en una serie de reportajes que empezó a salir el 10 de julio del 2001.
Cuando fue publicada la primera entrega, Bernardo Vega detuvo la serie bajo el alegato de que eso pondría en aprietos las relaciones dominico-haitianas. Por su despacho cruzó una legión de reporteros y editores tratando de explicarle que El Caribe era un diario, no una división de asuntos haitianos, y que nuestra labor era difundir noticias, no evitar conflictos internacionales. El no entró en nada. Entre las cosas que hizo, de cara a esa situación, recuerdo, como una vergonzosa manifestación de arrodillamiento ante el poder, una llamada que hizo a su amigo el Canciller Hugo Tolentino Dipp, para advertirle que un periodista de “su” diario tenía en las manos una investigación sobre un complot para tumbar a Aristide. En esos días escuché por múltiples vías que, sin haber sido publicados, Bernardo Vega había mandado una copia de los reportajes a ese funcionario y a otro del alto estamento militar para que revisaran sus contenidos.
Como ya he dicho, sólo pudimos publicar la primera entrega de la investigación. El resto fue condenado al mismo silencio de piedra al que fueron a parar los reportajes sobre el caso Beauchamps y donde irían a parar más adelante muchos de los reportajes que no gozaban de la bendición de Bernardo Vega.
Con relación a ese tema, sucedieron dos cosas muy graves, que parecen capítulos de una historia increíble sacada de un libro de ficción. La primera fue que el director Bernardo Vega dijo que la misma era una fábula y advirtió en una reunión que si se publicaba, él, como director del periódico, se desligaría del caso si tenía consecuencias. Pasó muy poco tiempo para que la vida misma se encargara de probar que todo cuanto habíamos investigado era cierto y que los personajes que habían ido a ocupar las páginas de mi libreta de apuntes, estaban todos ligados a los aprestos golpistas, entre ellos el ya famoso entre los dominicanos ex jefe de policía Guy Phillippe, quien aun se encuentra en territorio dominicano y no ha podido probar su inocencia.
El segundo hecho asociado a esta historia de directores censores y delatores y de militares conspiradores fue, sin dudas, la más grave de todas las que provocó Bernardo Vega, con su soberbia, su espectacular ignorancia y su desprecio por los reporteros. Según informaciones que reposan en mi poder, un alto oficial de las Fuerzas Armadas, hizo una llamada telefónica a Bernardo Vega. En la misma, le pidió que procediera a la cancelación del periodista que había publicado el reportaje sobre los conspiradores haitianos. Al director Bernardo Vega no se le pudo ocurrir nada mejor que disponer mi inmediata cancelación del periódico, la cual fue parada por gente más responsable, más decente y más sensata que él.
Recuerdo que una noche que llegaba de Puerto Príncipe, donde había ido a contactar a varias de mis fuentes y a confrontar algunas de las informaciones que tenía, uno de los editores del diario me alertó, con mucho nerviosismo en la voz y en los ademanes, sobre una posible acción de arresto por parte de un organismo de inteligencia de las Fuerzas Armadas, que, según él se había enterado, estaba preocupado por la difusión de las informaciones sobre el complot. Su fuente directa fue Bernardo Vega. Cuando intentamos dialogar con él para que nos esclareciera la postura que iba a tomar el periódico si las cosas con los guardias se complicaban, nos mandó a decir unas palabras que nunca saldrían de un director de periódico serio y que se respete: “¡Que se jodan, quién los mandó a meterse en eso!”.
De todas las infamias del tiempo de Bernardo Vega, esa fue, por sus implicaciones en el manejo que él ha entablado con las instancias del poder, y por su negativo impacto en el ejercicio de un periodismo libre y decente, la más vergonzosa, la más inhumana, la que mejor habló de su visión del mundo y de su poca vergüenza para cometer actos indecorosos, y la que más claro reflejó el concepto que tiene del periodismo, de la libertad de prensa y de los periodistas.
Entre los acontecimientos que no pueden dejar de citarse en esta nota está el de una historia de contrabando encontrada en la frontera con Haití. Fue a finales de noviembre del año pasado. Me encontraba en la zona buscando noticias para el diario cuando noté un masiva presencia de militares por todos los caminos de la línea noroeste. Los guardias, fuertemente armados, nerviosos y con las caras pintadas, requisaban palmo a palmo la zona. Eso levantó mi curiosidad de periodista. Atando cabos, consultando fuentes y entrevistando formalmente funcionarios obtuve la información sobre el operativo. El gobierno buscaba un cargamento de ovejas que, según sus informaciones, había entrado por la frontera y que, por su procedencia –Inglaterra- las autoridades temían que estuvieran infectadas por la enfermedad de la “vaca loca”.
El reportaje salió el lunes 26 de noviembre. Un día después se presentó al periódico el director de Ganadería a quejarse por la publicación. Bernardo Vega se reunió con él e hizo llamar a varios editores, a mi y a Fausto Adames, reportero del área económica, a quien el funcionario, frente a una grabadora abierta, había confirmado la búsqueda del contrabando y la fecha en que fue introducido. En presencia del funcionario nos abochornó. Dijo, en tono absolutamente descompuesto y fuera de tono, que la historia del contrabando era una falacia inventada por mi y que yo mismo la debía desmentir inmediatamente. Le expliqué que tenía las grabaciones de entrevistas que confirmaban lo que decía la nota y que, por tanto, no procedía que el periódico desmintiera. Bernardo Vega cerró el encuentro diciendo -siempre delante del director de Ganadería- que si seguíamos haciendo ese tipo de reportajes íbamos a hundir el periódico.
Al otro día, a primera hora, Bernardo Vega se presentó a mi escritorio en la redacción y me pidió que le entregara el cassette con las entrevistas. Cuando le pregunté el uso que le iba a dar, me dijo: “Se las voy a entregar al gobierno que me está presionando”. De todas las maneras posibles le expliqué que en esa grabación había entrevistas de fuentes que había que preservar de una posible represalia y, desde luego, no se la entregué. Preocupado por el giro que tomaban las cosas, le sugerí una salida que dejara satisfechos a todos, sin resultar moralmente lesiva para mí, como periodista, ni para el periódico, como institución: que publicáramos las entrevistas que no fueron ofrecidas a cambio del anonimato. No aceptó y terminó gritándome en el mismo centro de la redacción y advirtiéndome que eso podría tener consecuencias en mi empleo.
Un día se inventó un código de ética, plagiando retazos convenientes de códigos extranjeros. El tal código de ética es un mamotreto que armó sin consultar a nadie, una joya de autoritarismo que le confiere poderes casi monárquicos al director y deja en la orfandad a los periodistas y editores. Según su código, los periodistas están obligados a entregar sus entrevistas a los entrevistados y sus reportajes a los afectados para que se las revisen, situación que ha originado momentos muy difíciles en el orden de la ética periodística, como aquella que le acabo de contar sobre el contrabando de ovejas y como otra que se produjo con una distinguida periodista, a quien Vega ordenó entregar su texto –una entrevista- a un funcionario de la pasada administración, y como otro que ocurrió cuando el derrame de petróleo de la Falcombrinde Dominicana, ocasión en que mandó el texto de un texto a la Dirección de Relaciones Publicas de esa empresa para su “revisión”.
Un día lo envió a la redacción con la encargada de recursos humanos tratando de legitimar esa aberración y todo el mundo se negó a firmarlo. Aun así lo hizo entrar en vigencia unilateralmente, lo impuso a la fuerza y hoy sigue vigente, como un mamotreto digno de un feudalismo periodístico que no tiene cabida en este tiempo, que ata las manos de los periodistas y que en el colmo del absurdo, prohíbe manejar informaciones fuera de record.
En el tiempo que tiene al frente del periódico El Caribe, Bernardo Vega ha impuesto su bota sobre la redacción. Además de mutilar la creatividad de reporteros y editores, y de cortar las alas a un proyecto futurista que debió tener mejor suerte, ha hecho lo que le ha dado su gana con la libertad de expresión de los comunicadores bajo su mando y con el derecho a la información que tienen los lectores. Ha mandado con el signo de la soberbia, y ha convertido el abuso y el vejamen en un deporte nacional. Hay que verlo a diario pateando a los editores, despreciando a los reporteros, disminuyendo la creatividad de todo el periódico y echando al menos las iniciativas del personal, para encontrarle verdadero sentido a todo lo que aquí se narra.
Frente a su arrogancia y sus desmedidas ínfulas de emperador, los periodistas se han vuelto seres derrotados y desmoralizados, que poco a poco han ido perdiendo parte de sus sueños. Un día lo vi patear a una editora porque quería obligarla a publicar una nota de su interés personal que, dicho sea de paso, estaba totalmente fuera de tiempo y de contexto. La editora trató de explicarle que, además de lo extemporáneo de la información, no podía ser asimilada por el diseño. Le fue encima con una palabrería fuera de tono y le ordenó cambiar el diseño, un diseño que había sido comprado a un alto costo por la empresa propietaria del diario a una firma de consultores extranjeros. La editora se fue indignada y presa de la impotencia a esconder sus lágrimas al baño.
Bernardo Vega ha sido el gran censor del periódico El Caribe y lo más triste de todo es que la suya muchas veces ha sido la peor de las censuras: la censura de la ignorancia. Como parte de su intolerancia, un día, incómodo por una información, prohibió a Haití como tema; otro día desterró la entrevista como género porque una que le hizo uno de los más connotados reporteros del periódico al dirigente peledeista Temístocles Montás, no le cayó bien a sus intereses y miedos personales.
El tiene en sus manos una telaraña de intereses espurios que, por su naturaleza, siempre van a chocar con el interés de los periodistas y con las verdades necesarias con que se debe construir una información pública. En el periódico bajo su control no se puede escribir sobre la importación de libros porque él está ligado a ese negocio, no se puede hablar del mercado del dólar porque él allí tiene intereses, no se puede tocar a la Cancillería porque el canciller Tolentino es su amigo personal, no se puede hablar de ciertos temas del área económica porque hay personas influyentes que tienen en su poder informaciones sobre su pasado que a él le quitan el sueño. ¡Así, como puede hacerse un periódico creíble!
Si a las libertades que nos faltan en los medios de comunicación le sumanos aquellas que provienen de la ignorancia, el miedo y los compromisos personales y económicos de personas como él, a quien la sociedad le ha hecho creer en su “imprescindibilidad”, los medios de comunicación van a terminar caminando al borde del abismo y haciendo cualquier cosa, menos satisfacer la necesidad de un país que se ha ganado su derecho a la información.
Bernardo Vega es, sin dudas, una aberración del periodismo. Bajo su puño de hierro, los periodistas tuvimos que aprender a hacer un periódico de rodillas, de rodillas ante todo lo que huela a poder –político y económico- y de rodillas ante este hombre infalible, que en sus arrebatos de soberbia, borra países y prohíbe géneros periodísticos.
Ese hombre capaz de vender a un periodista para salvar su pellejo, rodeado de intereses que nada tienen que ver con los de los periodistas de verdad, un ser infame, sin escrúpulos de ningún tipo para hacer cosas indebidas, sin responsabilidad suficiente para defender a un periodista que él mismo manda a investigar sobre un tema y después lo echa a los leones para que lo devoren, que tiene una cara en las recepciones y otra ante la realidad y que ni siquiera conoce las más elementales reglas de la cortesía y de la convivencia entre la gente, es el Bernardo Vega que el país debe conocer.
Me he decidido a compartir con ustedes estas reflexiones porque pienso que Trujillo no puede seguir resucitando en los periódicos. Espero que en sus manos sirvan para estar vigilantes y evitar que esas actitudes autoritarias se sigan repitiendo en perjuicio de los respetables comunicadores que aun están bajo su bota, sufriendo su ignorancia, su petulancia, sus miedos y sus intereses personales. El periodismo es una conversación con la eternidad y todos, institucionalmente o individualmente, tenemos la obligación moral de preservarlo.
El periodista es un viajero de palabras y un ser cargado de sueños, que carga en su alforja con los dolores propios y los ajenos. Sus reportajes son caminos de luces que llevan directo al lado oscuro de la luna. El periodismo tiene una magia que sólo estos seres hechos de ausencias y de voces ajenas, de lejanías y de dolientes madrugadas de cierre, que somos los periodistas, podemos entender. Bernardo Vega, como trasgresor de esa magia y de esos sueños, de esos caminos de luces y de esas voces ajenas, está absolutamente inhabilitado para entenderlos, porque él, de alguna manera, es un extraño en este mundo mágico tan nuestro.
Sin más nada por el momento y dispuesto a ampliar cuando ustedes lo consideren oportuno estas informaciones y ofrecer otras, queda de usted, atentamente,
Vianco
Martínez
CDP
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