PAMPLONA Y SAN FERMIN
Autor: Santiago
Mármol
Un año más Pamplona se vistió de fiesta por San Fermín y se
dispuso a celebrar
en honor al "santo morenico" nueve días de alegría y diversión.
Desde el 6 de julio a las 12:00 am cuando en la casa
consistorial se dio inicio a las fiestas a través de "el chupinazo",
hasta las 24:00 hs del 14 de julio donde, en el mismo sitio, se realizó el acto
de clausura de "San Fermín 2001" llamado Pobre
de mi, Pamplona fue un escaparate de sensaciones. Por sus calles y plazas
desfilaron en un torrente humano, pasiones, emociones, sentimientos
de felicidad, de miedo y de respetuosa devoción. El blanco y rojo inundando las
calles de sana alegría. El txistu y la gaita llenando nuestros oídos de música
vasca.
Llegamos
a la capital de Navarra el día 7 de julio a las dos de la tarde y tras una hora
de espera para dejar nuestras mochilas en la consigna, nos pusimos nuestros pañuelos
rojos y salimos a caminar. Las ikurrinias danzando desde los balcones. El
calimotxo y la cerveza corriendo por las calles, el olor a vino embriagando el
aire de la ciudad. Nos comimos un bocata de tortilla de patatas (llámese
sandwich) y fuimos al desfile de "Caballeros en Plaza", mulillas y
bandas de música. Nos adosamos a uno de los grupos y marchamos con ellos
cantando y bailando hasta la plaza de toros donde se realizaba la primera
corrida. Por motivos de impresionismo y de desacuerdo cultural decidimos no
presenciar la sangrienta y desigual
corrida y optamos por dirigirnos al parque Antoniutti a presenciar la verbena
que ahí se desarrollaba. Fue prácticamente imposible resistirse a la imagen y
olor de las diversas especialidades culinarias que poblaban uno de los laterales
de la verbena; chorizos de Pamplona, infinidad de pinchos, tortas de queso,
pollos, mariscos, etcétera atentando contra el bienestar de nuestros bolsillos.
Picamos algunos de los manjares y nos acercamos al escenario a bailar al ritmo
de la orquesta "Rally".
Las ambulancias
circulaban por la ciudad auxiliando a los cuerpos agotados que yacían por
doquier y levantando y transportando hasta el hospital a aquellos que ya habían
perdido el conocimiento.
A las 11 de la noche nos desplazamos hasta el parque de la ciudadela para quedar
absortos con los quince minutos ininterrumpidos de fuegos artificiales. En la
plaza de los fueros se anunciaba noche de rock con Los Fabulosos Cadillacs,
Arkanda y Los Suaves. La sangre nos tiró hacia allí pero los Cadillacs
brillaron por su ausencia. Claro...era demasiado bueno para ser cierto.
Con el correr de la noche se empezó a sentir el cansancio y el frío, por lo que decidimos movernos hacia el centro nuevamente, y encontramos el entusiasmo y calor humano que necesitabamos en la plaza del castillo donde diferentes bandas musicales nos hacían gritar, saltar, bailar y beber por sobre todo. El tiempo empezó a correr más de lo normal y la ansiada hora se aproximaba.
A las cinco de la mañana, los municipales empezaron a armar el pasillo para el "encierro" mientras que un par de maquinas levantaban y limpiaban el colchón de botellas, latas, cartones e incluso personas, que se habían ido formando sobre las calles de Pamplona. Conseguimos una excelente ubicación sobre una de las barras de protección, justo en la curva de "estafeta" y aguantamos nuestra posición durante dos horas a fuerza de codazos, empujones, rodillazos y algún que otro insulto.
Entre
tanto, otro espectáculo se desarrollaba a nuestro alrededor. Centenares de jóvenes
trepándose a balcones, techos, semáforos, cornisas, arriesgando su integridad
física (y la de las personas de su alrededor) para no perderse detalle de
los escasos 3 minutos que duró el "encierro". A mi lado, un viejo
conocedor me comentó emocionado- son los toros de Millares. Pero debe haber
notado mi ignorancia sobre el tema porque sin que le preguntara nada, siguió
hablándome:
-En el encierro su comportamiento es exquisito. En cuanto sienten el basalto
bajo sus pezuñas, un miembro del sexteto se autoproclama líder y guía al
resto de las bestias que lo siguen al ritmo de galope, quitándose de encima al
mocerío con un ligero movimiento de su testuz. Los corredores se van turnando
eligiendo el terreno y la distancia a correr. Si saben acompasar su rítmo al de
los toros, sentirán en zonas próximas al trasero la respiración de los bóvidos.
Me dio mucho placer
entonces estar de éste lado de la baranda de protección. A las 8 en punto sonó
el disparo de comienzo y a los treinta segundos ya desfilaban frente a nosotros
centenares de valientes sudando adrenalina que cada tres pasos giraban su cabeza
hacia atrás para medir la distancia que
los separaban de la embestida de los toros. El griterío era ensordecedor. La
presión de la gente se multiplicó por diez. Tropiezos. Risas. Apuestas. Gente
volando. Heridos. Toros que resbalaban y apoyaban sus seiscientos kilos sobre
desafortunados corredores. Tres minutos de caos y luego la calma, los
comentarios, los insultos de los que no pudieron ver nada, la alegría de los
que sí.
La muchedumbre se empezó a dispersar y nosotros con ellos. Buscamos un bar, café con medialunas, consulta del programa de fiestas y puta...no nos dan tregua. A las 9:30 gigantes y cabezudos, a las once el concurso de recortadores, a las doce los deportes rurales.¡¡Así no hay quien aguante!!
-Claro que no- me dijo una camarera- esto es San Fermín, la fiesta más impresionante y descontrolada que se pueda ver sobre la tierra.
Yo acentí con la
cabeza y brindé por estar allí presente.
Getaria, Euskadi, julio 2001.