Perro guardián me ladra

Autor: Miguel Ángel Sánchez Valderrama

Llevar una maquinita eléctrica, creo que era una taladradora, por necesidad urgente de reparación, una cuadrilla de albañiles se queda con escasez de trabajo al no tener a su disposición la maquinita eléctrica. Tenía que llevarlo a una nave industrial de reparaciones de herramientas y materiales eléctricos. Generalmente trabajaba en la oficina, pero cuando hay algo que urge pues tenía que hacer la tarea, por corresponder dentro de la escala oficinesca el nivel más bajo, el último mono de la oficina.

La nave industrial, más o menos en la parte central de la zona industrial, está completamente vallado, por tema de seguridad, hay continuos robos en naves industriales.

De la obra de urbanización hasta la zona industrial había varios quilómetros, cogí mi coche, y por una carretera secundaria llegué hasta la zona industrial. Diariamente se comprueba que en esa zona industrial siempre acude muchos gitanos y gentes que se dedican a ventas ambulantes, generalmente van en furgones con sus respectivas mujeres y a veces hijos o familia al completo. Eso comprobaba casi diariamente o al menos cada vez que me desplazaba a dicha zona industrial. Sobre las diez de la mañana hasta las once generalmente las cafeterías se llenan de trabajadores y gentes de la oficina para desayunar. Cuando llegué a la nave industrial de reparaciones de herramientas y materiales eléctricos, aparqué el coche en el hueco disponible cerca de la puerta de entrada a la oficina de la nave. Comprobé que la secretaria habitual que atiende a los clientes se ausentó y supuse inmediatamente que era su media hora relativa de desayuno. Mientras tanto pregunté a un trabajador que tenía mono azul y me contestó que la secretaria acababa de ir a la cafetería y que en unos quince minutos volvería aproximadamente.

Mientras tanto daba una vuelta, fui a la parte atrás de la nave industrial fuera del perímetro vallado, valla de finas lanzas, separan las lanzas escasas decenas de centímetros, me llamaba la atención, y más aún la presencia de un enorme perro negro de gran carnosidad y que se alimenta de pienso (sobre todo pienso ya que el perro come mucho, puro animal me dije, pura bestia con gran colmillo) que ladraba ferozmente, un ladrido de tono exageradamente grave, que retumbaba bastante en mi cuerpo, me asustó un montón, solo verlo me produjo un enorme susto, pocos perros he visto como ese que merodea alrededor de la nave industrial vallada. Es una raza de las considerada peligrosas. Animal para matar. Corren leyendas sobre esa raza, de nombre raro que no se me viene a la cabeza, una raza con esas cosas de los alemanes nazis, de cruces de razas para producir un perro preparado para matar. Me ladraba incesantemente, y veía su nerviosismo por no ser capaz de atravesar la valla para ir contra mí.

Miré mi reloj, pasaba velozmente el tiempo, casi media hora merodeando alrededor, y volví a la oficina. Vi a la secretaria. Con su pantalón blanco muy ajustado. Y su blusa celeste. Y su peinado que me parecía de recién salida de la peluquería, y su cara algo pintada. Sonreía. Atendía mi petición, saqué del maletero de mi coche la taladradora. Me dijo si era urgente, dije que muy urgente, expliqué que una cuadrilla de albañiles se quedaría con escasez de trabajo si no reparan pronto la taladradora. Ella apuntó en un papel Muy Urgente, y avisó por megafonía a un técnico, el técnico llegó, observó la taladradora, dijo que un par de días aproximadamente ya que falla algo en el motorcito y que hay que pedir piezas... Avisé por teléfono la situación a la oficina de obra, ok, dijo, ok, un par de día no más. Les dije: ok, un par de días ni más ni menos. Esa manía de la oficina de decir ok.

Al fondo de la oficina hay una puerta que es la del jefe, el cartelito pone jefe sin más. Vi que se abría, un señor un poco más alto que yo. Supuse que es el marido de la secretaria, por que percibí cierta complicidad amorosa, hacen guiños, hablan muy íntimamente, el señor de unos treinta y cinco años, un poco más alto que yo, tenía una apariencia de gran seguridad en sí mismo. Se acercó a mi y me preguntaba cosas, qué le pasa a la taladradora, en qué empresa trabajo. Me invitó a que fuera a su despacho. Qué bien, me dije, como estaba próximo la carta de despido de mi empresa me dije que esa sería una buena oportunidad para pedir un empleo, veía en sus caras, la del jefe, la de la secretaria, la del representante, la de los trabajadores menos, pero casi todos, los ojos de paranoicos, de psicosis ante probables robos, no se fiaban ni de ellos mismos. Su minúsculo despacho y ridículo en comparación a su estatus ("soy el propietario de esto") y a su cuerpo voluminoso y un poco más alto que yo. "Realmente está próxima una huelga en el sector, confiamos en que los trabajadores no secunden la huelga, pero esos piquetes nos tienen jodidos...".

Me hablaba de varias cosas inconexas y cuando se quedó en silencio le conté que próximamente me quedaría en desempleo y que estaría disponible para cualquier trabajo, en ese momento me miró de arriba para abajo y dijo: "Lo siento, aquí andamos sobrado de trabajadores". Y empezó de nuevo a contarme cualquier cosa, su vida, su empresa, la huelga, los robos...

Cuando salí de esa nave industrial, me puse a pensar de la estupidez mía de pedir un trabajo en un sitio como ese, aunque en el fondo casi todos los trabajos son verdaderas pesadillas en estado puro, me dije que trabajar para esa nave industrial es como convivir con un perro asesino.

Y diariamente vería a la secretaria, a su probable marido jefe de todo, a los trabajadores que no saben si secundar la huelga o no, y el perro ladrando amenazantemente.

Llego a la oficina, todo ok, ok en los ordenadores, ok en los papeleos, ok en la firma de la carta de despido.

 

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