Autor:
Santiago Mármol
En agosto del 99’, luego de pasar tres meses en las fabulosas tierras de Ecuador, decidimos volar directamente a la ciudad de Panamá y evitar, de esta manera, el peligroso paso por Colombia que en esos momentos, se veía acosada por una situación exageradamente hostil entre las FARC y los paramilitares. La prudencia se sobrepuso a la curiosidad.
El avión salía de Quito cerca de las ocho de la mañana, lo que nos obligaba a estar en el aeropuerto a las 6 AM para realizar el pre-embarque. Optamos por no dormir y pasar la noche de juerga con amigos, comiendo y bebiendo.
Despegamos
puntualmente con escasos 10 grados de temperatura y tres horas más tarde,
previas escalas, aterrizamos en la ciudad de Panamá, con casi cuarenta y cinco
grados de sensación térmica.
Discutí
con un taxista sobre el justo precio de un viaje hasta el centro. Al cabo de un
cuarto de hora llegamos, por fin, a un acuerdo…Le pagué lo que él pedía. Me
llevó otros quince minutos convencerlo para que me llevara al hotel que yo
deseaba y no al que él quería. Esta vez, el victorioso fui yo.
A
la una nos registramos en una pensión de mala muerte, pero económica, y a la
media hora ya estábamos los dos bañados. El cambio brusco de clima, combinado
con la noche de insomnio y el alcohol ingerido, nos llevó a permanecer
completamente desnudos, apuntar los dos ventiladores hacia la cama y dedicar
unas horas a dormir la siesta y descansar.
Cuando
despertamos ya era de noche, mi reloj marcaba las ocho PM. En un primer momento
me vi imposibilitado de articular palabra, parecía como si alguien me hubiese
pegado los labios mientras dormía. Un poco desesperado forcé la apertura de mi
boca con la ayuda de mis dedos y, pese a la ausencia absoluta de saliva, estas
palabras salieron de mí.
-
Qué
bestias!! – le dije a mi novia- Como dormimos!!
Una
inexplicable sensación de sed, acompañado de un apetito voraz, nos invadía a
los dos, por lo que sin esperar ni un minuto nos vestimos y encaramos, con toda
la boca pastosa, hacia la calle. Al pasar por la recepción, el nuevo encargado
me chistó y me convidó, muy amablemente, a que le pagara la noche de hotel. Le
contesté que yo, ya había pagado pero al otro encargado, y le mostré el pequeño
recibo que me habían dado entonces. El joven moreno me sonrió y me dijo.
-
Si
señor, usted pagó la noche de ayer. Ahora me tiene que pagar la de hoy.
Sin
comprender aún lo sucedido, me quejé argumentando que nos habíamos registrado
después del mediodía, por lo tanto, no me correspondía abonar la noche
anterior.
Fue
entonces cuando el paciente encargado me mostró un calendario y me dijo
-
Usted
se registró y pagó el jueves a la una de la tarde, pero hoy es viernes a las
ocho de la noche.
El
haber dormido más de treinta horas, sin levantarnos ni siquiera para ir al baño,
explicaba el insoportable apetito y esa pegajosa sed que nos acosaba.
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