AUGUSTO
Autor: Santiago Mármol
Era
el año 1895, José Martí, fundador del partido revolucionario cubano,
era acribillado a balazos en Cuba, después de dos décadas de exilio; un
temporal acechaba Centroamérica desbordando ríos y llevándose todo lo que a
su paso se cruzara; en un pequeño pueblo de Nicaragua, mi madre me paría
llorando mientras la comadre enterraba la placenta y mi ombligo en el patio de
la casa para que se haga tierra.
De cuando era niño no tengo mucha memoria, y lo que yo hacía en esos años sólo lo sé‚ porque me lo contaron. Es como si mi cerebro hubiera dicho para lo que te toca ser en esta vida, no importa que te acuerdes de tu niñez, y me la hubiese borrado toda. Mis recuerdos comienzan hacia la pubertad.
Recuerdo
perfectamente, por ejemplo, cuando en 1909 los marines americanos irrumpieron en
Managua y tumbaron al presidente José Santos Zelaya, poniendo en su lugar al
contador de la empresa "The Rosario & Light Mines". El iluso de
Zelaya pretendía que la empresa pagara los impuestos como hacían todos...
Pobre. Para colmo, el presidente tampoco se llevaba bien con la iglesia puesto
que les había expropiado las tierras, suprimido los diezmos y, encima, había
puesto en funcionamiento la ley de divorcio, profanadora del sagrado matrimonio hasta
que Dios o la muerte los separe. En
resumen, entre la iglesia y Philander Knox, secretario de estado del gobierno de
los estados unidos, se decidió la nueva suerte de Nicaragua.
Pero
eso no termino ahí, Nicaragua se vio obligada a pagar al gobierno de los
estados unidos una colosal indemnización por daños morales.
No
tenemos los fondos suficientes,
grito el pueblo. No importa, los amables banqueros de los estados unidos nos van
a prestar ese dinero.
Pero
no tenemos garantías suficientes para que nos habiliten el préstamo,
volvió a gritar el pueblo. Por eso no se preocupen respondieron los marines, y
acto seguido se apoderaron de las aduanas, los bancos nacionales y por supuesto,
del ferrocarril.
Desde
1912 una guardia norteamericana, constituida por infantes de marina, sirvió de
apoyo al predominio del partido conservador nicaragüense, que en 1916 le
concedió a los Estados Unidos la autorización necesaria para construir, cuando
lo creyera oportuno, un canal alternativo al de Panamá a cambio de 3 millones
de dólares destinados a pagar las deudas internacionales de Nicaragua.
Por
ese entonces, yo trabajaba de lo que podía en Niquinohomo, mi pueblo natal. La
cabeza de la resistencia era Benjamín Zeledón, el incorruptible. Cuantas veces
lo quisieron sobornar y Benjamín les tiraba su dinero en la jeta…una lástima,
lo mataron a traición, y para colmo de males después lo ataron a un caballo y
arrastraron su cadáver por casi todos los pueblos para meter miedo.
Yo
apenas tenia 17 años y esa había sido la primera y ultima vez que había visto
a Zeledón. No tengo las palabras para describir exactamente las sensaciones que
provocó en mi, el asesinato y la posterior humillación del jefe
revolucionario, pero de algo estoy seguro, ninguna de esas sensaciones se parecía
al miedo, estaban mas relacionadas con la bronca, la impotencia, la venganza.
Las
cosas siguieron su rumbo, como todas las cosas, y poco a poco me fui dando
cuenta que con la bronca no alcanzaba, que insultar solo me servía como
descarga emocional pero duraba apenas unos segundos, que cuando hacía pintadas
solo me estaba arriesgando a que me fusilen, y que si realmente me había
decidido a no tolerar mas esa situación, debía pasar a mayores, tomar las
armas y organizar la rebelión.
Fue
en San Albino, en el año 26, donde reclute a mis primeros soldados y comencé
algo que sabía que nunca iba a poder abandonar. Me acuerdo como si fuera hoy.
Me acerqué a una mina donde los obreros trabajaban quince horas por día
extrayendo oro para una empresa americana y les pregunté si se animaban a unírseme
y luchar por Nicaragua. Por más que busque todo el día, no voy a encontrar la
palabra apropiada que represente la alegría que sentí en ese momento, cuando
29 mineros dieron un paso al frente. Esos fueron los primeros soldados del ejército
de liberación de Nicaragua, un puñado de obreros analfabetos que decidieron no
dormir nunca mas amontonados en un galpón, y que desde ese día en adelante, sólo
sudarían la gota gorda luchando por su país, por sus familias, por ellos
mismos.
Al
ver el entusiasmo con que volaron la mina y como me seguían rumbo a nuestro
nuevo hogar, las montañas, me di cuenta que no estaba solo, que todos habían
comprendido exactamente lo que estábamos gestando. Eso fue culminante, fue como
ese abrazo que te dan justo cuando lo estas necesitando.
En
el mismo año pero en Puerto Cabezas nos hicimos de nuestras primeras armas y
municiones. A esa ciudad llegaban los buques americanos repletos de marines que
por las noches se entregaban a los vicios del alcohol y el sexo con las putas
del pueblo. Ya se sabe que bebido y en la confidencia de la cama, el lobo se
hace cordero y cualquier secreto deja de serlo.
Un tenientito se fue de boca y le reveló a una de nuestras chicas el
lugar exacto donde escondían su armamento. Conseguimos así, cuarenta rifles y
siete mil cartuchos.
Para
el año 1928 ya habíamos tenido mas de 75 batallas y habíamos ganado prácticamente
todas, a pesar que solo en los últimos meses de ese año, treinta y seis buques
de guerra con seis mil marines habían pisado tierras nicaragüenses. Pero la
que más recuerdo y que va a quedar en los anales de la historia fue la que se
sucedió en la montaña de El Chipote.
Durante
varios días la pobre montaña sufrió el cañoneo de los marines y el bombardeo
de los aviones americanos. Cuando se cansaron de eso, decidieron rematar lo que
quedaba y la infantería embistió contra los restos de nuestra debilitada
fortaleza. Imagínense la cara de los pobres soldados al descubrir que
estuvieron luchando contra un ejército de muñecos de paja con pañuelos
rojinegros y con armas de madera.
Eso
sí, los diarios americanos anunciaban no solo la victoria absoluta en dicha
batalla, sino, además, que yo era una de las víctimas.
Nosotros
recibimos la noticia de mi muerte en San Rafael, y la festejamos cantando y
bailando toda la noche.
En
diciembre del 30 aniquilamos una patrulla de marines en los barrancos de Achuapa
y otra en un despeñadero cerca de
Ocotal. La prensa americana nada
decía de nuestras victorias puesto que el corresponsal de United Press y el de
Associated Press eran, también, el interventor de aduanas y el recaudador
general, gente con muchos intereses en Nicaragua. De esa manera, la opinión pública
internacional veía a los estados unidos como salvador de los países pobres y a
mí como criminal y bolchevique.
El
primero de enero de 1933 la ocupación americana fue finalmente abandonada, pero
como el gobierno que surgió no
quería ser heredero de la intervención, los americanos dejaron otro ente tan
inequívoco como poderoso: la guardia nacional a cargo de Anastasio Tacho
Somoza, mi asesino. Yo me reuní con el presidente, Juan Bautista Sacasa y le
prometí no disparar ni un tiro más. Pensé que ya éramos libres.
Evidentemente,
yo representaba, para Somoza, el último obstáculo para la consolidación de su
poder, si me eliminaba, iba a
gobernar hasta su muerte ya fuese directa o indirectamente. De esta manera la
dictadura personal iba a quedar disimulada, en parte, bajo una bandera
partidaria tradicional.
Así
se terminaron mis días de revolucionario, con una sucia emboscada preparada por
la más sucia guardia nacional. Mordí el anzuelo. Pero no estoy acá para
ponerme en mártir, sino para contarles esta historia. Créanme que los hechos
pasaron como conté y
que conté solo los hechos que realmente pasaron. Lo que siguió a mi
muerte ya lo saben.
En el 56’ Rigoberto López Pérez asesinó de cuatro tiros a Somoza, pero la elección del año siguiente hizo titular a su hijo Luis. Fue el dedo de este pobre campesino, el que apretó el gatillo para que su nombre se recordara siempre; pero la mano que sostenía el revolver, era la de todos los nicaragüenses.
En
el 61’ se formó el FSLN, frente sandinista de liberación nacional. Y en el año
67’ falleció, por desgracia para Nicaragua, Luis Somoza, que había
administrado con innegable habilidad el patrimonio político y económico
heredado. Y digo por desgracia, no porque su muerte me causara tristeza, para
nada. Sino porque de todos los Somoza, éste era, sin duda, el más inteligente
y menos malicioso. Con su deceso, la totalidad del poder la asumió el
despiadado de su hermano Anastasio tachito
Somoza, comandante de la guardia nacional, que iba a suplir sus limitados
talentos políticos recurriendo a la fuerza. De todo el clan Somoza, Tachito
fue, sin dudas, el peor de todos.
No
sabía equilibrar la codicia con la prudencia, lo que provocaba un sentimiento
opositor cada vez mas fuerte. Ese sentimiento se hizo aun más intenso luego del
devastador terremoto que asoló a Managua en 1972, y que provocó una ola de
solidaridad internacional frustrada en sus objetivos por el uso descaradamente
corrupto dado a la ayuda así obtenida.
Somoza
se puso a traficar desaforadamente con los escombros y los terrenos y por si
fuera poco, vendía en estados unidos la sangre donada a las víctimas por la
cruz roja internacional. Realmente me faltan adjetivos para describir, sin
ofender el pudor del que me escuche, semejante vileza.
El
78’ fue otro de esos años moviditos. Somoza lo inauguró asesinando a Pedro
Joaquín Chamorro, líder del UDEL (unión democrática de liberación) y
director de La Prensa, el tradicional
órgano conservador que había mantenido siempre sus distancias frente al régimen.
A la gente no le cayó para nada simpática esa acción del gobierno y respondió
incendiando varias empresas pertenecientes al dictador, entre ellas, la
Plasmaferesis S.A. que exportaba
sangre nicaragüense (de bajo costo) a estados unidos.
Unos
meses después, Edén Pastora y un puñado de guerrilleros asaltaron
el palacio nacional y secuestraron a los legisladores. Para recuperarlos
Somoza no tuvo mas remedio que liberar a los sandinistas presos.
El
gran año de Nicaragua fue, sin dudas, el 79’. Los sandinistas tomaron Managua
y Tachito no tuvo mas opciones que
abandonar el país y refugiarse en Paraguay. La nueva dirigencia, que no
aspiraba a imponer una economía socialista, sino más bien una mixta, procedió
a la confiscación del patrimonio de Somoza a favor del nuevo estado
revolucionario.
Parecía
que al fin las cosas iban tomando el rumbo correcto, el fantasma de los Somozas
había desaparecido, pero desgraciadamente, todavía quedaba un fantasma mucho
mayor, el del gobierno de los estados unidos.
Desde
el 81’ Nicaragua estaba en guerra con los norteamericanos. La contrarrevolución
ampliaba sus filas cada vez mas gracias a la financiación económica por parte
de Reagan y a las tensiones internas que sufría el gobierno en Managua. Para el
83’ Nicaragua estaba condenada. Desde Honduras la atacaban los somocistas, y
desde Costa Rica, el traidor de Edén Pastora. Y en eso vino el Papa de Roma a
maldecir a los sacerdotes que luchaban por Nicaragua, y mandó a callar, de mala
manera, a quienes le pidieron que rezara por las almas de los patriotas
asesinados.
Frente
a la cada vez más agresiva hostilidad norteamericana, pronto se hizo claro que
ni México ni los gobiernos europeos de izquierda podían ofrecer auxilio a
Nicaragua. Ello llevó al régimen de Managua a estrechar aun más sus vínculos
con Cuba y URSS. Pero más adelante, ni siquiera estos gobiernos podían ayudar
a Nicaragua, entonces Ortega (del
FSLN), que había sido electo presidente en el 84’, tuvo que cambiar su política
por una mas negociadora y que apuntara hacia la paz.
Las
elecciones del 90’ las ganó Violeta Chamorro del UNO (unión nacional de
oposición) y sabiamente continuó la política pacifista que estaba siendo
empleada.
De
mí que más les puedo decir. Tal vez dejé a mi gente muy temprano, pero juro
por diosito que hice todo lo que pude por ellos, por mi tierra y por Nicaragua.
Donde estoy ahora estoy bien acompañado. Desde acá nomás alcanzo
ver a Emiliano y a Pancho, siempre con sus tequilas. Sentados en otra
mesa están José Martí, Neruda y Víctor Jara tratando de convencer a Miguel Mármol
de no sé que cosa. Y a mi lado están Allende y Ernesto que no para de tomar
esa infusión amarga y convidar, pero como que me llamo Sandino que a este cabrón
no le voy a dar la alegría de
decirle que su famoso mate me esta
empezando a gustar.
Managua, Nicaragua, septiembre de 1999.
Valencia, España, enero de 2001.