AQUELLA MIRADA

Autor: Pedro M. Martínez Corada   pmartinez@margencero.com

Era verano,  viernes, de noche y me aburría, así que me alegró la llamada de Félix. El Felisito llegó una hora después, puesto casi del todo y bien acompañado. Traía debajo del brazo derecho un elepé y del izquierdo una preciosidad de mujer, que se llamaba Marina. Era bajita, tamaño bolsillo, pero tenía un cuerpo de cinco estrellas y unas piernas de para qué que reconozco públicamente –yo soy así– fue lo primero que miré. Seguí avistando después hacia arriba, hasta que llegué a su mirada y ahí me quedé pelín cortado, pues Marina tenía estrabismo: un ojo por aquí y otro por allá; pero me colé por ella, a pesar de su mirada divergente. Luego se sentó a mi lado, dejando alrededor un perfume a reserva natural de la biosfera, mientras el Felisito ponía el disco (los Bee-Gees, un doble en directo) y se liaba a hacer trompetas: “Hasta que acabemos la china, ¿vale?”, nos dijo el tío. Marina y yo hablamos sin parar, una delicia el rollo, seguro que hasta salió el Borges en la charla, y a eso del tercer canuto sonó “Holiday” y flipé del todo: la miraba, y ella a mí con su mirada bifurcada, y yo loco por ella, así que le susurré que tenía una mirada preciosa; me salió del alma. ¿Habéis hecho un castillo de naipes, alguna vez? ¿Y se os ha caído, después? Pues eso, se fue a la media hora escasa y no la he vuelto a ver. Desde entonces, cuando me presentan a una chavala la miro primero a los ojos y no he vuelto a escuchar a los Bee-Gees. Y eso que el disco que traía Felisito, era mío.   

 

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