Esto
no es una crítica (sobre
`The Millon Dollar Hotel´)
Autor:
Sebastian Russo.
Uno.
`Esto no es una pipa´, habrá dicho Michael Foucault a un grupo de amigos,
mientras sostenía en su mano una indudable pipa, en alguna noche de juerga
parisina. `Este trozo de madera barnizada, con esta forma particular, el cual se
usa para un no menos particular rito, tiene circunstancialmente, y para
nosotros, el nombre de pipa. Pero llévenlo a alguna comunidad en la que el
fumar en pipa sea algo totalmente desconocido, y pregunten acerca del nombre del
elemento que llevan en mano, una indudable, hasta ese momento, pipa, y solo
recibirán respuestas sobre su forma, sobre el material de la que está hecha,
sobre su color, sobre su tersura, pero nadie la llamará como ustedes la llaman.
Y entonces qué. ¿Deja de ser una pipa? ¿Tenemos que tratar a los integrantes
de esa comunidad como ignorantes? Ambas cosas. Deja de ser una pipa, aunque de
hecho nunca lo fue. Me explayo: la pipa es pipa porque nosotros la reconocemos
como pipa, no porque intrínsecamente sea una pipa. La construimos para que sea
una pipa, la nombramos pipa para que siga siendo pipa, nuestros hijos nos
preguntan y nosotros respondemos `es una pipa´, pero solo desde la
significancia que nosotros le otorgamos a ese trozo de madera de forma y uso
particular, `eso´ es una pipa. ¿Y los miembros de esa comunidad son
ignorantes? Si, desde nuestra perspectiva cultural, si lo son. Pero tanto como
nosotros lo somos ante elementos que ellos nombran y usan y que a nosotros nos
parecen inservibles y extraños. Por lo que ambas sociedades tenemos zonas de
ignorancia. Pero intentando ser algo más estrictos en el análisis, no hay
ignorancia, lo que hay es costumbre, lo que hay es cultura. Y esta cultura nos
otorga unos refinados anteojos que solo nos permiten ver lo que queremos ver, o
lo que nos han enseñado a ver, o lo que nos hemos acostumbrado a ver. Así, una
pipa, es y no es un pipa. Así, la normalidad, es normalidad y es locura, según
que tipo de anteojos estemos usando´, concluyó, un Foucault algo ebrio, ante
ya pocos interlocutores interesados en sus palabras, salvo dos borrachos que
abrazados lo escuchaban, y en una noche en la que lo abarcaba una evidente falta
de pulido a sus conceptos teóricos.
Dos.
Un hotel lleno de freaks. Un lenguaje freak. Vestimentas freaks. Modos, maneras
freaks. En suma, un universo freak. O lo que es lo mismo, un hotel con gente
normal, al que llega un verdadero freak: un tipo de traje y con buenos modales,
al cual la corriente gente del hotel lo observa con desconfianza, con extrañeza.
Habla cortésmente, sonríe: un auténtico freak. Aspecto de buen padre de
familia, gesto adusto y confiado, buen traje, serio y bien hablado, en ése
hotel: un demente. Se acerca al lobby, donde están reunidos los habitués del
lugar (un barbudo con lentes pequeños, que dice ser el verdadero y nunca
reconocido líder de los Beatles; un eterno borracho con gafas de policía y
camisa pegada al cuerpo y abierta dejando ver una abundante vello; un sujeto con
pelos largos y cara con rasgos indígenas, que dice ser el último líder de la
tribu desvastada de los Navajos; un hiperquinético y cuidadosamente mal peinado
muchacho, que no para de servir a los distintos requerimientos de sus amigos, a
través de su skate; una bellísima y pseudo-autista lectora incansable de
libros). El recién llegado, mira con recelo y desprecio tal escena, y hace
algunas preguntas. Silencio. El choque de dos mundos se ha producido. El (para
ellos) freak está hablando. Los
(para él) freaks están escuchando. Lo freak, pasa a ser la situación, por
anulación de fuerzas contrapuestas. Al rato, el estar observando, por fuera esa
situación, por costumbre, se vuelve freak. Ahora, nosotros y no el farsante
beatle, somos los freaks. En unos instantes, mi acompañante. Más luego, el
colectivero. Por último, siempre yo.
Tres. Millon Dollar Hotel. Wenders, Bono, Gibson, Mila.
Belleza, locura, amor, hermandad. Poesía
(previsible), desvaríos (exagerados), antihéroes (remanidos): un auténtico
Wenders (ayanquizado). Bajo un sutil y subrepticio juego de opuestos, se logra
una agraciada ambientación (a traves de una atractiva y explicita sordidez)
enmarcada en lo marginal, lo distinto, lo otro. Historias enmarañadas que se
encarrilan a través de el intento de elucidación de un asesinato, que de no
ser por la imponente presencia de la televisión, hubiera quedado como uno más
de los cotidianos sucesos en un hotel de sospechosos freaks. La condición
humana como sustrato indispensable de historias que aparentan desvarío, pero
que se encumbran como humanitarias loas hacia un mundo de amor y hermandad
(claro, Bono metió mano en el guión). Lo normal y lo anormal se entrecruzan.
El espectador tiene que tener a mano las distintivas gafas. Mel Gibson, sí, Mel
Gibson, ingresa a escena como Mel Gibson (rudo, atractivo, seguro, perfecto, `el
hombre ideal´, dijo alguien por ahí). Su postura de absurda perfección se va
desdibujando (humanizando) cuando muestra una espalda recorrida por profundas
cicatrices, provocadas, quizá por la incorporación, vía fórceps, del chip
que lo hizo el Mel Gibson por el que las chicas suspiran. Un silencioso,
introvertido y vergonzante sufrimiento, lo hace el más freak entre los freaks
(y todos sonreímos socarronamente). La locura, se convierte en cotidianeidad, y
lo cotidiano (neurosis crítica de patológicos ciudadanos Gibsons) se devela en
psicosis.
Cuatro.
`Yo tuve una amante/ una amante como ninguna otra/ Ella tenía alma, una dulce
alma/ y ella me enseñó como cantar/ Me mostró colores, donde yo no veía
nada/ Me dio esperanza, cuando yo ya no creía en ella/ Por primera vez, sentí
amor´. First Time es el tema de U2 que abre Millon Dollar Hotel. Un canto más
de Bono, al amor y a la esperanza. Una letra, que resume lo más intenso del
film, o por lo menos, a lo que
Bono, una vez más, le quiso cantar (esta vez, como co-guionista cinematográfico).
`Yo tuve un hermano/ Cuando yo estaba necesitando uno/ Me pasé un montón de
tiempo corriendo/ y el corrió detrás de mí/ Cuando me siento caído/ Yo solo
lo llamo y él viene/ Por primer vez, sentí amor´. Bono-Wenders. Wenders-Bono.
Una sociedad agradable a la vista, a los oídos, y por qué no, al sentimiento.
Una dupla, tan eficiente y amena, como redituable. Pero en la que los
integrantes de dicha pareja no se fertilizan uno a otro con la misma dosis.
Bono, se asienta felizmente en el ámbito cinematográfico, y Wenders queda algo
alejado de sus perfectas alas del deseo, al ingresar en las vulgares
circularidades hollywoodenses.
Cinco.
Esto no es una pipa. Esto no es una crítica. Esto no es un escrito. Esto no es
lo que parece. No sé que parece, no sé qué es, ni siquiera sé si es. Solo sé,
o creo saber, que la normalidad es solo un flanco de esa moneda que gira
desquiciada, y que la locura, pasa a ser un concepto cínicamente útil, para
tranquilizar a ingenuos cuerdos, que así, catalogando, distinguiendo, pueden
reposar plácidamente, cigarro en mano y mirando la tv, deleitándose con el
contoneo de quinceañeras, mientras masajean sutilmente sus miembros erectos,
pensando en lo mal que está el freak de la otra cuadra.