Autor: Maria Geldstein
INTRODUCCIÓN
¿La literatura surge en el propósito de reconocer y asumir una tradición o en el gesto desdeñoso y creacionista de la vanguardia? ¿Conviene asumir esta dicotomía o intentar mejor una respuesta conciliatoria? Comienzo explorando la tradición, concepto al que elijo pensar oblicuamente a través de una cadena de proximidades fonéticas. Digo por ejemplo que la tradición es siempre una traducción (lo que la convierte en un objeto mutable e inaprensible). Tradición entonces como traducción, lo que supone la fuerza de una tracción transformadora, gesto inequívoco de la vanguardia. Pero la tradición como traducción supone también y sobre todo una traición: existe otra palabra que defina mejor al impulso de las vanguardias. Concluyo entonces que la tradición por antonomasia es la vanguardia (traducción de la tradición en tracción transformadora y traidora).
El anterior trabalenguas, producto de una mera asociación fonética, quizás sirva menos para pensar la relación entre tradición y vanguardia que para graficar la intrincada red de pasajes que movilizan a la literatura, suponiendo que exista, homogénea, tal cosa.
El origen y la gracia literaria, pienso, radican precisamente en estos pasajes, en el interregno (puente tambaleante), en la invisible encrucijada (lugar en el que es posible pactar, vender el alma a cambio de una historia ajena). Un lugar que, presentimos, está ahí: es decir, en ningún lugar.
Un mejor abordaje a la problemática acerca de lugar dónde surge la literatura se encuentra en el cuento del Señor Mármol El cuaderno (al que se le puede sumar la serie de cuentos del mismo autor cuyo centro neurálgico es el bar de la holandesa). En dicho cuento se sugiere de manera visible una respuesta tentativa, que, en el ceno de la narración, quizás sólo comprende (presiente) el Doctor Tomas Bernardo Cohen: la literatura surge en la traducción, ese lugar sin lugar, pasaje o límite, que es el escamoteado escenario de las transformaciones.
Acaso el bar de la holandesa sea la concreción literaria de ese lugar imposible. Allí cohabitan (transitan) infinidad de lenguas (todos son extranjeros, lo que equivale a decir que no lo es nadie). Las diferentes lenguas se expresan (circulan) a través de las historias que cuentan. Estas historias a su vez circulan (se intercambian) a través de traducciones. Las traducciones son siempre, deliberada o de manera fortuita, equívocas.
Por último, cabe agregar que las traducciones equívocas tienen el poder movilizador de suscitar textos: es decir literatura.
El texto literario puede ser escrito desde una ingenuidad crédula y romántica (Mikel) o desde una conciencia crítica y manipuladora (el Doctor Tomas Bernardo Cohen). Hay que incluir en esta cadena textual el manuscrito encontrado en el cuaderno del griego, prototexto que desata la sucesión de textos (la narración). Lo curioso es que el carácter de este primer texto (punto de partida), no es en rigor de verdad literario. Se podría especular diciendo que un texto literario surge de un prototexto no necesariamente literario, que es traducido de forma equívoca (traducción de un registro a otro).
En el bar de la holandesa (escenario, como ya he dicho, de varios de sus cuentos) el Señor Mármol encuentra el lugar de la literatura, la forma misma del texto (según lo conceptualiza Barthes). El bar es la concreción textual de una utopía (lugar donde ocurre el acontecimiento sin lugar): cruce de caminos donde las historias mutan (se traducen) y fluyen (circulan) constituyendo una masa textual única. Todas las historias comparten estatuto y se nivelan en la superficie misma de la escritura. De hecho, en el cuento los diálogos no están indicados aparte con el convencional guión que marca la presencia de otra voz, sino que aparecen insertos junto a la voz del narrador, conformando una totalidad móvil. No hay un relato principal cercado por un contexto de historias secundarias. Más bien cabe decir que estamos ante un texto poroso, entretejido por infinidad de historias que atraviesan literalmente el texto, que es constantemente interrumpido por sí mismo, desarmado y vuelto a armar, en un movimiento que, como el de las moscas, es perpetuo.
El cuaderno del griego, el desconsuelo de Mikel finalmente conjurado por un texto apócrifo, la malicie bondadosa del Doctor Tomas Bernardo Cohen, la incontinencia del tonto, los gringos bebedores, la desidia inconsolable de la holandesa, el Culo de Ana, Candelario, Manu, Berto, las prostitutas, Noni y Gabrielita, se constituyen en un lugar (el bar) para juntos componer otro Lugar: el texto.
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