LA PROEZA
Autor: Alejandro Mármol
La noticia fue noticia exactamente un día, sin embargo, esa media página en el diario resultó suficiente para despertar mi curiosidad. ¿El motivo?, tan imposible es determinarlo como afirmar a ciencia cierta el objetivo final que llevó a nuestro héroe a desarrollar su proeza.
Una mirada simplista y superficial puede asumir que el objetivo no era mas que esa media página, efímera y atemporal, que bajo el sugestivo encabezado de "Insólito" comenzaba con una breve reseña acerca de las impresiones del personal del Alcázar de Toledo. "Grande fue la sorpresa de los encargados de mantenimiento cuando en la mañana de ayer, al ingresar como todos los días al Alcázar para cumplir sus tareas de limpiezas, descubrieron la innoble obra de el/los bárbaros..." Eso no sería mas que limitar la hazaña a su final. Grave error. Grosero descuido.
No es inocente, desde mi humilde punto de vista, la brutal omisión que se hace a las dificultades que tuvo que sortear nuestro campeón para lograr su loable cometido. Por supuesto que no es inocente, nada lo es.
Tres días después de la noticia caminé decido hasta el RENFE y tomé el primer tren a Toledo. Aprovecharía el fin de semana para pasear, como cualquier madrileño, y tras un manto de sutil ingenuidad, agazapado como un lobo, llevaría adelante mi propia investigación. No podía quedarme con el criminal resumen del periódico que se limitaba sin admiración a sentenciar " ...después de evadir la seguridad de palacio, el/los maleantes se dirigieron por los pasillos hasta la sala central..." Que sencillo resulta escribir la palabra evadir. Que negligencia, por Dios.
Instalado en Toledo, sin perder un minuto me dirigí al Alcázar. Mi primer pensamiento no fue estrictamente sobre el caso que en secreto me atraía, sino sobre el perfil que mi ojos adoptaban frente al objetivo. No podía ser un turista. No había logrado acercarme aun a la puerta cuando el tremendo murallon me detuvo en seco, me estremeció. Mas de cinco metros de roca sólida, palacio pretoriano de la época romana destruido por los visigodos para construir una infranqueable fortaleza, reforzada después por los Arabes, y vigilada ahora por la guardia civil, diecisiete siglos de historia violados por nuestro campeón con riegos de acróbata para que le dedican solo el verbo "evadir". Tamaña injusticia.
Sobrepuesto, aboné mi entrada y comencé la visita. Recorrí con prisa la explanada central y caminé hasta la muralla. Dos posibilidades me plantee, o bien el héroe había escalado por el acantilado y luego trepó aferrándose en las hendiduras de las piedras, o con paciencia de estratega dedicó noches a estudiar los movimientos de los guardias para trepar la pared del frente en el momento que no sería advertido. Creo no exagerar al utilizar la palabra "loable" para definir su estrategia, ya que si bien en tiempos de paz las guardias suelen ser mas relajadas no debe olvidarse que se trata de un museo emblemático de la nuestra "cultura" militar.
Disimulé tomando unas fotografías y estudié con detenimiento el segundo obstáculo consultando un libro de arquitectura mora que había llevado a tal efecto. Como la gran mayoría de las fortalezas, el Alcázar dispone sólo de una entrada, con una soberana puerta de madera maciza a los pies de un puente levadizo. Fotografié la cerradura, volví sobre mis pasos para ampliar la perspectiva, y me confesé anonadado. No podía atinar a una respuesta. No podía imaginar la travesía de nuestro héroe. ¿Habría utilizado una ganzúa? ¿Habría él solo abierto esa pesada puerta sin que nadie lo advirtiera? Deseché las teorías. No era viable, la odisea tomaba un rumbo fantástico que me negaba a aceptar.
Me tomé unos minutos con la excusa de un refresco para ordenar mis ideas. Tomé el recorte del diario y volví a leer: " Grande fue la sorpresa..." mas abajo, "Según informó el general Gaona, encargado de atender a la prensa, después de evadir la seguridad del palacio, el/los maleantes se dirigieron..." Nada. Me dominó un fuerte abatimiento. Estaba ya a punto de desistir en mi investigación cuando el sonido de las campanas distrajo mi atención descubriendo ante mis ojos la luz de la verdad. La imagen fue tan nítida, tan reveladora, que casi creí ver a nuestro campeón surcando la oscura noche sobre la soga que había tendido desde el campanario de la Iglesia hasta la torre del Alcázar. Esa era la respuesta, sin margen para la duda. Con una sonrisa instalada en mi rostro aplaudí en silencio la sencilla maestría del héroe que con envidiable audacia había sorteado las dos murallas en una sola movida, logrando lo que ni siquiera durante la guerra civil habían podido hacer. Simplemente una soga que uniera las dos torres, nada más. Un estratega.
Envalentonado atravesé la puerta y camine hasta los pies de la torre. Una vez adentro todo había sido mas sencillo, los guardias seguramente dormían en sus garitas y sólo mantener un riguroso silencio le había permitido escabullirse por los pasillos con la mente clara y su objetivo prefijado.
"Los vándalos no cometieron ningún destrozo. Según los informes, luego del repudiable acto se marcharon sin robar ninguna de las invaluables obras ni romper elemento alguno." Releí en el recorte del periódico y un estremecimiento de admiración humedeció mis ojos. Cuanta grandeza, cuanta hidalguía. Imaginé sus pasos y avancé dejándome llevar. Me sentía poseído por el impulso de nuestro anónimo caballero. Ciego como estaba no preste atención a las salas de armas, ni a las oscuras habitaciones con los nombres de las parturientas que allí habían resistido bombardeos. Con absoluta indiferencia atravesé las salas donde habían horneado el pan e ignoré insultantemente las vidrieras de las improvisadas farmacias de campaña. Así habría avanzado nuestro campeón, seguro y embelesado por la cercanía de su triunfo. Entonces llegué a la sala principal.
Apoyado contra la puerta me obligué a serenarme y a sofocar mi excitación. Para disimular, tomé fotografías como los demás turistas y leí interesado los pies de cada uno de los cuadros. Un turbio y forzado aire de "aquí nada a pasado" dominaba el ambiente y fingí creerlo para no llamar la atención de los guardias. Cuando tuve la oportunidad, tome un primerísimo plano del cuadro de Franco y me marché.
En Madrid revelé las fotos en tamaño de 13 x 18 y en la soledad de mi cuarto, embebido todavía por el espíritu hidalgo de nuestro campeón, tomé el fibron rojo, reproduje su obra y enmarque la foto. Agregué también el recuadro del diario " ...una vez en la sala central del Alcázar, los maleantes dibujaron con fibron rojo un par de cuernos y un bigote al estilo de Satanás sobre el cuadro del Generalísimo Franco, pintando en su pecho la palabra Gilipollas."
Un buen vino tinto de La Rioja me acompaño cómplice en la ocasión.
Mondragón, 9 de Septiembre de 1996.
Buenos Aires, 20 de Noviembre de 1997.