Espesuras
pegajosas (sobre
`La ciénaga´)
Autor:
Sebastian Russo
Medianía.
Intrascendencias. Denso vacío. Opacidad. Existencias grisáceas. Relaciones
(casi)corporales. Intercambios (casi)lingüísticos. Momentos (casi)intensos.
Me propuse escribir algo sobre `La ciénaga´, de la novel y premiada
cineasta Lucrecia Martel, y solo me aparecieron conceptos. Y es que se trata de
una película conceptual, al menos más, que una que relata historias. Y ésta
relata historias, pero no son ellas las que ocupan el sitial preponderante en el
entramado fílmico finalmente concebido. Hay historias sí, y muchas, y
entrelazadas, y coherentes, creíbles, pero hay algo más, algo más allá (o más
acá). Algo que se percibe sutilmente, y que refiere a lo humano. Algo (y trato
de desenmarañarlo, no sin dificultad) que excede a las acciones, pero que está
implicado en cada una de ellas. Un plus de significado (los semiólogos, muy
clasificatorios ellos, dirían un meta mensaje) que atraviesa las pequeñas e
innumerables historias, y que confluye imbricándolas en este algo de condición
humana que me es tan arduo definir. Eso, la condición humana. ¿La condición
humana? ¿Acaso existen condiciones para ser (o ser designado como) humano?
Digamos, si. Digamos que ser animal es no ser humano, por lo que por
contraposición podríamos definir lo humano. Ahora, ser piedra tampoco es ser
humano. Por lo que la definición por opuestos se nos escaparía a cientos de
miles de proposiciones. A ver, el humano sufre. La piedra no, pero el animal sí.
Aja. Pero el animal no siente temor ni angustia ni sufre por su inmanente
condición, por su existencia como tal, el humano sí. Angustia, desesperanza,
desamparo, Sartre, por qué no? La ciénaga vaga por los pantanos (cienagosos)
de la existencia humana. Describe con absoluta cotidianeidad y despojo el carácter
de vacío que intrínsecamente posee la condición humana. Imágenes pegadas a
cuerpos. Cuerpos pegados a otros cuerpos. Camas sosteniendo a esos cuerpos.
Voluntades atascadas por cuerpos pegoteados. Y la palabra. La palabra. Nada (o
poco) se dice utilizando palabras. Nada se mueve, se conmueve, a través de
sonidos vocales, que articulan palabras, que articulan oraciones, que articulan
comentarios. La comunicación, la interrelación, el intercambio se llevan a
cabo a través de otros recursos. Por toqueteo (siempre solo insinuante), por
peleas (siempre solo insinuantes), por silencios (siempre provocadores). Lo no
dicho, lo pensado, lo intuído, como formas cardinales de entralazar y ligar
lazos humanos.
Nada digo, porque nada pasa. Y bienvenida la medianía al cine argentino.
Entiendaseme bien. Pasa lo que pasa, es decir nada, porque nada pasa y nada
queda, y porque lo nuestro es pasar (me rebotan los versos en mi cabeza, y
contra mi voluntad transcribo a Serrat). La nada. El vacío. Es decir, el sin
sentido de la existencia humana. Es decir, la cotidianeidad. Altibajos, medias
tintas, pasiones devenidas en depresiones. Es decir, la vida. La ciénaga habla
de la vida, como pocas películas argentinas lo hacen.
¡Vete ya, espíritu
hollywoodense!
¡Alejensé malditas gárgolas
dicotómicas, apartensé maniqueos demonios!
¡Fuera el mal, fuera el bien!
(Pido
disculpas por la apasionada y desvariada suplica.
Vuelvo
a mi amado y nunca demasiado elogiado tono medio)
La
ciénaga habla de la vida, dije (aunque no sé si lo diría así nuevamente...)
La vida. Dormir antes que vivir decía Baudelaire en sus flores del mal. Y de
hecho, la siesta, la hora de la siesta, domina la película. La siesta, horario
del día en que nada pasa, momento de espera, de quiebre, de intrascendencia. No
comienza el día, ni está finalizando. La siesta como símbolo del no ser. Ni
se avanza, ni se retrocede, se aguarda. Y sin embargo nadie duerme, todos se
acuestan, y se reacomodan insistentemente, y (se)miran, y (se)piensan. Y el sueño,
lo no cotidiano, aparece como salvación. En historias de espesas y pegajosas
rutinas, la espera se convierte en condición inmanente. Y como la espera es
vana, el espiritu de angustia y desolación reverdece exponencialmente.
La ciénaga. Pedazo de una historia de historias. Momento elegido
arbitrariamente en la vida de hombres, mujeres, niños, niñas, perros, vacas,
heladeritas, que actúa como reflejo identificatorio de
inquietudes existenciales. Historias que comenzaron mucho antes de entrar
al cine, y que continuaron reencendidas las luces de la sala. O historias a las
que difusamente se le podrían encontrar inicios o cierres. O historias que no
hacen más que contar una misma historia (la del hombre-rata de Su y Chiche,
pero eso ya merecería otro relato, y otra pastillita)