Los sueños de Mr Elliot Autor: Juan Diego Incardona O masacrando secretos de Oriente o descubriendo torres de barro y cabezas humanas, los arqueólogos hallaron un polvoriento universo parecido a un “cofre lleno de serpientes y escorpiones” que fue depositado en este mundo en 1330 bajo el nombre de Tamerlán. Ahora
mismo, siendo las tres de la
mañana del día 9 de agosto de 1999, la hiel y la sangre están en conjunción,
trazando el ascendente del sueño que Patrick Elliot recibe de mí en su
apartamento de la ciudad de Boston. En
la noche profunda, Mr. Elliot yace fuera de su esposa, de su cumpleaños y de
la escuela en donde enseña Química, porque en la noche profunda en donde
navega el recuerdo, doy a Mr. Elliot la siguiente existencia: Mr.
Elliot, ahora alto, cojo y moreno, siempre a caballo, dedica su juventud al
exilio, guerreando contra los mongoles desde Persia. Con la tenacidad de los
hombres malvados logra echarlos del Turquestán. En
algún pasaje vertiginoso del sueño, Mr. Elliot se casa con una de las hijas
de su antiguo soberano y se proclama descendiente de Gengis Khan y Señor del
mundo en nombre del Señor de la Ka´ba. Mr. Elliot asegura, entre ronquidos y
sudores, que su espada vive al servicio del Islam. Entonces devasta, con
devoción, Siria, Rusia meridional, Persia, el sultanato de Delhi y el Asia
Menor otomana. Y con el rostro penetrando en la almohada húmeda, Mr. Elliot
ordena construir torres hechas con ojos, orejas y bocas. Mr.
Elliot recibe honores y llantos, imágenes de llanuras y de caras, recibe el
olor del viento cuando viaja sobre la guerra; Mr. Elliot recibe de mí el
murmullo de un secreto: “Tu nombre, Mr. Elliot, tu verdadero nombre es Timur
Lang”. Así,
Mr. Elliot, en la noche profunda en donde navega el recuerdo, escucha el
clamor de las multitudes que huyen despavoridas entre sus sábanas. “La
muerte—dijo un espectro oculto debajo de la frazada— nos señala:
el cojo de hierro, Tamerlán, el más terrible, se acerca a la ciudad.
Todos, todos nosotros seremos flagelados, cortados, quemados, torturados,
amputados. Pronto, nuestras vidas habrán parecido sólo un sueño.” Por
fin, cuando sus pies se exceden del rectángulo del lecho, Patrick Elliot se
dispone a conquistar China, pero en 1405, repentinamente despierta. La última
imagen no la comprende: se ve con los ojos cerrados en Samarkanda. Su
esposa intenta arrancarlo de mí: —Feliz
cumpleaños, querido. Mr.
Elliot, aún sin palabras, se levanta de la cama y sale del cuarto rengueando
de una pierna. Su esposa no entiende y, sentada en el borde de la cama, lo
llama con dulzura, le promete sus besos si regresa, le cuenta sobre un pastel
y sobre una noche llena de invitados. Después de un momento, y observando la
sombra que su marido proyecta desde el pasillo que da al baño, ella se pone
de pie y le grita: “¡Patrick! ¿Qué está pasando?” Mr. Elliot regresa a la habitación y, dirigiéndose a su
esposa, exclama: —Dios
Todopoderoso me ha elegido para que sea vuestro señor. Me ha colocado por
encima de mis enemigos, como habéis tenido ocasión de comprobar. Si no queréis
reconocer la legitimidad de mi reino, conoceréis las tres plagas que van a la
cabeza de mis ejércitos cuando me dirijo a la batalla: la devastación, la
esterilidad y la peste.
En otra ocasión, Mr. Elliot se soñó viajando en el año 1995 por las costas del Golfo de México. Tiempo después, en una fiesta de cumpleaños, un amigo le rememoró aquellas jornadas. Patrick Elliot prefirió guardar silencio.
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