El vendedor Autor: Nicolas Saraintaris Mail:
—¡Impresionante! ¡Has logrado financiar todos tus proyectos! ¿Cómo
fue posible? —Inquirió Amador, sobrino del inventor Umberto. —Oh, ha sido de lo más sencillo. —dijo Umberto,
arrellanándose en su aparatoso sillón. —¿Te acuerdas de aquel proyecto en
el que trabajaba hace un tiempo, las hormonas de decisión? —Sí, como olvidarlo. Un trabajo muy ambicioso. —Ambicioso pero factible, como lo he probado. Verás,
descubrí que en la mente humana la indecisión trabaja de una manera
simplificada, las hormonas de decisión no eran tales, sino una sola, que
refuerza la opción que por un análisis consciente resulta más correcta. Es
decir que ante una situación de indecisión simple, el cuerpo libera una
hormona que actúa sobre una de las dos opciones beligerantes, se elige una de
modo racional. He podido aislar esta hormona, y mediante la inhalación es
reconocida por el cerebro del individuo, pero el problema aquí se complica.
Naturalmente es reforzada la opción más correcta a concepción de la persona.
Ante esto, se debe hacer inhalar al individuo una gran cantidad de hormona, tornándose
el proceso azaroso, ya que si se refuerza una opción ya reforzada naturalmente
no existe cambio y la indecisión se transforma en seguridad. Pero en caso
contrario la opción menos conveniente al individuo es elegida. Así ocurre en
las indecisiones simples, donde existen dos posibilidades de elección, pero en
las compuestas, que se trabaja con varias posibles elecciones, el proceso
resulta mucho más impredecible y la suerte se torna mucho más importante. Por
lo anterior, me vi obligado a elegir un campo de aplicación en el que la
indecisión fuera simple. Fue muy difícil, pero lo he encontrado. —¿De qué campo hablas Umberto? —Preguntó el sobrino
en este punto ya muy interesado. —Los trenes. Más precisamente los vendedores de trenes. —¿Vendedores de trenes?—Amador no pudo ocultar su
asombro. —Sí, efectivamente. He de explicarte. Como primera
ventaja, un vendedor de trenes realiza una oferta ante un público de no menos
de veinte personas, y eso se trata solo de un vagón. Las ofertas son baratas,
pero las posibilidades de vender los productos representan el cincuenta por
ciento, ya que dos opciones ocupan las mentes de los viajantes, ¿compro o no?.
Para que esas opciones se presenten es necesaria la atención de los mismos, por
lo que desarrollé un sistema de parlantes para asegurar que me escucharan. Como
segunda ventaja, encontré que en un tren las sospechas de manipulación mental
son mínimas, y el miedo de ser detenido o de que mi tecnología sea robada es
inexistente. Una de las desventajas es la lenta recolección de dinero, pero
todavía tengo fuerzas para trabajar y los réditos me permiten desarrollar
otros proyectos, entre los que se encuentra un traje especial automatizado de
manipulación mental, debido a lo cual será factible contratar un empleado. Por
eso esta semana será la última de mi trabajo como vendedor, después otro
trabajará en mi lugar, sin conocer los detalles.
—Brillante, aunque peligroso jugar con la mente de los
viajantes. —No sé si resulta peligroso, nada malo ha pasado hasta
aquí. Carlos se encontraba viajando hacia la universidad. Lo hacía
de Lunes a Viernes en el tren de las 3.05 horas. Pero aquel día se retrasó y
tomó el de las 3.25 horas. Estaba irascible, molesto por su estupidez, se
perdería una parte importante de la clase. Para colmo de males, debía escuchar
al molesto vendedor. Trató de pensar que ocurriría si lo ahorcara. Se rió,
probablemente lo detendrían y saldría libre en un breve lapso. Bendita falsa
justicia de su país. Volvió a reír pensando, ¿He de matarlo o no?. Pero esa
risa se convirtió en una ira maníaca cuando el vendedor pasó por su lado,
liberando secretamente la hormona de decisión. Segundos más tardes el cuello
de Umberto se quebraba ante la fuerza de las manos de Carlos. Volver a Página de Cuentos Breves
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