MIENTRAS ME PAGAN EL PARO

Autor:ANTONIO HOLGADO SABIO

 

-Estamos listos. Llevo toda la mañana esperando que me sellen –suspira el hombre.

Delante de la ventanilla de cristal hay una cola de veinte o treinta personas. Y detrás, un joven con gafas de bolchevique o de nazi, que atiende a las firmas y a los sellos. Desplazándose, de vez en cuando, hacia dentro, o para recoger de las enclenques mesas de madera alguna que otra relación hecha en papel timbrado y miserable.

Alguno que otro de los expectantes se sale de la cola y se pone a mirar, distraídamente, el tablón de anuncios. En éste, de vez en vez, se dignan poner alguna oferta de empleo que no cuadra a nadie.

-¿A usted le han pagado ya? –le pregunta un vecino de cola a nuestro hombre.

-No. Dicen que están tardando cerca de tres meses.

-Y, perdone, mientras tanto, ¿de qué vive?

-Ah, no sé. Casi de milagro. Mi mujer, que anda pidiendo fiado por todas partes. ¿Y usted?

-Yo llevo parado menos tiempo. Pero llevamos una racha... Esto nunca a sido...

-Pues yo diría que ha sido siempre. Siempre ha habido parados. Lo que pasa es que hasta ahora no nos han dado el título. Antes, el que estaba parado se lo sufría él y nada más. Pero yo he llegado a pensar que esto es tan natural como la muerte.

-Es consustancial con el capitalismo –explicó algún intelectual de la cola.

-Sí, la gente se ha muerto siempre –asiente el interlocutor de nuestro hombre.

Los parados comienzan a lanzar suspiros de desesperanza y de impaciencia como frenazos de camiones. Hay chicas con vaqueros y botines y chicos del mismo jaez. Hombres maduros y mujeres... Aunque yo diría que mujeres maduras, no. Las mujeres maduras no se paran. O al menos, no les dan el título.

Ellas bregan en la cocina y piden fiado hasta que les es posible. Hasta que el tendero del barrio comienza a rezongar y les niega lo que piden. Y entonces ellas hasta comprenden las razones del tendero. Que no es rico. Que tiene aquel buchinche para dar de comer a los suyos. Y que su mujer tiene las piernas hinchadas como botas, de pasar horas y horas detrás del miserable mostrador, y los dedos llenos de sabañones, de andar con las verduras y con el congelado.

Y ella, la mujer del parado, llega a comprender que el tendero también tiene derecho a desahogarse. Que él también tiene que sufrir la afrenta del proveedor de la verdura, que parece un gorila y que viene todos los sábados a cobrar. Que es un frescales y que a poco que le diga que no puede pagarle, le publica, con cifras exactas, la deuda, entre la clientela.

Por eso la mujer del parado, cuando se le pasa el bochorno inicial, jura y perjura que le pagará. Y se inventa no sé qué trabajos fantásticos, que le van a salir al marido. Y, luego, huye como un fantasma, liada en la toquilla, para que no le vean la cara de tristeza ni la cestilla vacía. Y no se da por vencida. Pide en otro sitio. Ruega. Se humilla. Y hasta mendiga, si es necesario.

 

... ... ...

 

Mientras tanto, en la taberna, los halcones del barrio, los que no han trabajado nunca y han estado toda la vida engañando a los demás, disputan sobre la realidad del `paro. Se las dan de filósofos, encima. Y se explayan en peroratas sobre algo que está ahí, a flor de piel, y que, como un bicho malo, nos está comiendo.

-Yo, a trabajos forzados los mandaba a todos –dice el que está moviendo las fichas sobre la mesa.

-Hombre, no tanto –contesta el de enfrente.

-Que sí, hombre, que sí. Que esto lo arreglaba yo. ¡Vaya si lo arreglaba!

-Yo lo que digo es que, cuando el río suena...

-Sí. Agua o piedras lleva, dicen el refrán. Pero yo te demuestro que hay trabajo. Que el que no trabaja es porque no quiere.

-¿Has visto cómo está la María? –comenta dando un giro a la conversación- ¡A esa sí que le daba yo trabajo! ¡Chiquillo, qué cuerpo! No se le nota ni que ha parido tres hijos.

-Y el marido hecho un vago –añade el otro-. Creo que lleva más de tres meses el paro. Y la verdad es que no sé si comen, siquiera. (¡Venga, hombre, mueve ya las fichas!) Esta mañana la he visto, que iba con la cesta escondida entre el brazo y el pecho. Y me huele que es que el tendero le ha dado la bronca. Pero, bueno, vamos a dejar a la María, y saca ese seis doble. Que te estoy viendo yo a ti las intenciones.

-¡Niño, baja esa máquina que nos vais a volver locos, con tanta música! –grita a continuación.

... ... ...

 

-Esto apesta a podrido –comentan.

La cola avanza poco. O es que, cuando sale uno, entran dos.

-Hay que ver dónde han venido a poner las oficinas del paro. No habría otro peor en toda la ciudad, que debajo de estas columnas asquerosas.

-Sí esto es depresivo. Todo lleno de polvo y de muebles de mala calidad.

-Ya... Por eso se duerme esta gente.

-Vamos, que me parece que le nombran a usted –le dicen a nuestro hombre-. A lo mejor le pagan...

-Ojalá. Porque, si no, yo ya estoy pensando en ahorcarme.

 

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