Chola says
Autor: Sebastian Russo
Domingo. Seis de la tarde. Tarde Calurosa. Tarde de verano. Tarde
para quejarse (por el calor), aunque no tan tarde para ilusionarse. Lo último
que se pierde es la esperanza, decía Chola, mi tía, agregando, nunca es tarde.
Esa tarde de Domingo llegué algo tarde a la asamblea programada a las cinco de
la tarde. Llegaba tarde, y recordaba, mientras iba llegando, tarde, los dichos
de Chola, eso de que nunca es tarde, y lo de la esperanza. Claro,
nunca es tarde figurativamente, pensé, ya que cuando llegué, tarde, ya habían
pasado unos cuantos oradores, los cuales habían comenzado puntual, o sea, a las
cinco de la tarde. Y en ese caso, tarde fue tarde, pero no tanto, no tan tarde-,
ya que los oradores fueron desfilando y exponiendo, y según me dijeron, desde
las cinco de la tarde, las propuestas fueron todas similares.
Era una asamblea de vecinos, dicen, autoconvocados, que aunaba
a otras muchas asambleas vecinales, y que fue superándose en número de
concurrentes, domingo a domingo. Este era el tercer domingo, y había, según
los organizadores, unas tres mil personas. Dato, que el coordinador de turno,
comentaba con asiduidad, ante (y para) el festejo y algarabía de los
presentes. Claro, tres mil significaba mucho. Significaba una convocatoria
en aumento, significaba, por lo anterior, una legitimidad también en aumento,
significaba, por lo anterior, capacidad de acción en aumento, significaba, por
lo anterior, ilusión y esperanza en aumento. Los oradores pasaban, y las
propuestas con ellos. Ideas revolucionarias y
de las otras. Mociones pensadas y de las otras. Todo en un in crescendo
efervescente y, como toda efervescencia, proclive a no tolerar estructuras, en
este caso, la estructura de asamblea. Puede entenderse, digo, la intolerancia,
ya que a dos horas de comenzada, la asamblea, menos de la mitad de los
representantes de agrupaciones vecinales habían hablado. Y puede entenderse,
digo, la intolerancia, desde otro punto: la gente que
participaba, era, en su mayoría, de clase media. Ese tipo de gente, que hasta
hace un mes se conformaba con que Tinelli criticara al gobierno, esa clase, que
la ultima vez que fue a la plaza de mayo fue en las felices pascuas
alfonsinescas, la misma, que miraba con recelo a los piqueteros e insultaba a
los zurditos cortadores de calles. Se puede entender, digo, la
intolerancia, desde este mismo `otro punto´, comprendiendo que no hay costumbre
asambleistica, y que juntos, muchos, no se sabe, no se está acostumbrado a
manejarse, y eso de dejar hablar al otro aunque no se este de acuerdo con
lo que dice, y la posibilidad de disentir y de hacerlo de forma pública. Se
entiende, en suma, que lo público, sea un escenario un tanto desconocido,
y por tanto, incómodo, difícil, arduo de tolerar.
Pero nunca es tarde, decía mi tía Chola. Y que la esperanza es lo último que
se pierde. Pero a las ilusiones hay que alimentarlas (y sostenerlas) con hechos.
Y no solo a la ilusión de un cambio promovido por todos, sino a la ilusión de
este `por todos´, es decir, la ilusión de la sociedad. Muchos teóricos han
hablado (mucho) sobre el concepto de sociedad, y casi todos
confluyen en que la sociedad, como tal, de hecho, no existe, es una mera ilusión.
Una ilusión que necesitamos, y que debemos mantener en el día a día, en el
simple hecho de respetar las normas `sociales´ de convivencia (al menos las mínimas
indispensables) Y esta ilusión, la sociedad, como toda ilusión, debe ser
sostenida, alimentada, refrendada, con hechos. Hechos, que otorguen percepción
de existencia. Conciencia, idea, al menos sensación, de
que ese algo intangible llamado sociedad persiste, y que sigue siendo lo, por
todos, deseado. Dice Sidicaro (sociólogo argentino) la desintegración de una
sociedad suele dar saltos cualitativos hacia el sentido contrario, es decir,
hacia la reintegración social, cuando se
presentan hitos simbólicos que reconstruyen la `comunidad imaginada
Dice Sidicaro `hitos simbólicos´, y podríamos pensar en los
cacerolazos y en ésta asamblea interbarrial, ésta, a la que llegué tarde,
pero que podría revalidar el `nunca es tarde´ de mi tía Chola. Pero el hito
simbólico sobreviene de y se sostiene en, pequeños hitos cotidianos, como el
mirarse, el rozarse, el conversar, el discutir, el escucharse, el permitirse
ilusionarse. Se podría también, intercambiar el término hito por hecho, y
entender, parafraseando a Sidicaro, que solo puede haber reconstrucción de la
`ilusión´ de sociedad a través de hechos simbólicos (sostenidos estos por
los hechos cotidianos) Hechos, acontecimientos, hitos, que mantienen lo
imaginario, la ilusión, o lo que es lo mismo, la sociedad. Nunca es tarde, dice
Chola, la esperanza es lo último que se pierde. Frases
de Chola, y por tanto de Cholas, es decir, del sentido común. Frases que
se perpetúan, manteniéndose de generación en generación. Frases que son
conocidas, por Chola, su madre, su abuela, su hija y su nieta. Frases que, como
toda frase popular, esconden verdades. Pero que engendran un abúlico
comportamiento, si no se las sacude, si no se las increpa. La cuestión,
entonces, es hacer de las frases, de esas, las de Chola, y de otras, menos
ociosas, hechos, acontecimientos, hitos. Hechos que avalen, respalden y
evidencien el sentido de la perpetuación de la frase. Que avalen, respalden y
evidencien el sentido pragmático de la frase. Fue un hecho, llegué tarde a la
asamblea que intentaba refrendar la ilusión
del `nunca es tarde´, que pugnaba por sostener la ilusión de que lo último
que se pierde es la esperanza. Pero `más vale tarde que nunca´, remata Chola,
fiel a su estilo, muy `más
vale pájaro en mano´.
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