La mujer atraviesa el callejón con mucho miedo...
Desde la oscuridad la miran ojos amarillos. Los gatos suelen tener muy
amarillos los ojos cuando vigilan.
La
mujer apresura el paso. No le gustan los gatos.
Desde las sombras avanzan varios hombres con reflejos en los ojos. La
mujer quiere correr y cae.
Los hombres se le acercan, la miran, la lamen, la
rasguñan. Muerden la carne blanca.
Con
las primeras luces los hombres abandonan su festín.
-
¿ Podés correr un poco el codo?
-
No, porque el vidrio me lo impide.
-
Me lo estás clavando en el ojo.
-¿
Para que querés mirar si todo alrededor es agua?
-
Sí, pero por ahí aparece una isla... Vamos, arrugá un poco ese papel que tapa
la visual...
-
No! de ninguna manera. ¡El papel no! y... ¿ para qué querés una isla. ¿ te
alejarás de mí?
-
Yo sé muy bien que te voy a extrañar, pero correte un poquito, corré el papel
así estamos más cómodos.
-
No! el papel no.
-
Dejate de jorobar. Estamos solos, nadie nos vio ni nos verá en esta botella.
Nos queremos ¿ no? ¿ me querés? Así me lo decías...
-
Bueno, Por ahora no podemos separarnos, pero si yo sacara este maldito papel del
medio, podría ver si llegamos a un puerto, o por lo menos podríamos...
-
No, ya sabés que el papel no se toca. si querés llegar a un buen puerto tendríamos
que meternos de nuevo adentro de la carta.
-
Ufa1 me había olvidado. Los dos nombres escritos tan juntos, letra tan chica...
-
¿Y si nos quedamos dentro de la botella?
-
Mové tu brazo. ¿A ver?. Con la carta rota tenemos más lugar. Abrazame.
Miraremos el mar para toda la vida.
-
No podemos ser irresponsables cuando hablamos del
mar – me dijo un pescador de Monte Hermoso - describir el mar es un
acto tan importante como el mar mismo. Un error nuestro podría pintar un cuadro
diferente, una metáfora no metáfora. Una tristeza.
Dividirlo
en áreas, marcar con fibra el nombre de cada pequeño mar, ponerle precio. Con
peces o sin ellos, con caracoles o sin ellos, con sirenas o sin ellas.
Si
sabemos que en lo profundo habitan seres mágicos, aconsejamos guardar esa
parcela en un frasco, como hizo Josefina Llobet hace unos años, y llevarla a
casa. Trae mala suerte vender las cosas del alma.
Si
llueve, sobre el mar,
las aguas hacen el amor y nacen olas y espumas. Los caracoles fecundan estrellas
sobre la playa mojada.
La
lluvia alcanza a cumplir su deber: moja la arena, provoca
sin pudor un estallido.
Cae
la lluvia
porque tiene que caer. detenida en la nube no es lluvia, es amenaza, puño en
alto. Tanto trueno para que la lluvia baje con su bicicleta y nos pasee a los
que habitamos el sueño.
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Hay gente que nunca ha visto el mar. No sabe de la seducción que despliega una onda que empieza a avanzar y
con brazos amplios llega hasta la playa, con prisa de muchacha.
Una
mañana de febrero, bajamos hasta la orilla. Íbamos conversando con nuestros
amigos salteños, los poetas Gustavo Agüero y Raúl Fabián.
El
mar esa tarde era más mar que nunca. Mar de tarjeta postal.
Nuestro
amigo Fabián, de pronto, se queda parado frente a frente. Mira, alza su mano y
señala el blancor de la ola rompiendo.
-
¿Qué es ? ¿ Son nardos, acaso?
y
el mar esa tarde empezó a oler a nardos.
Fantasmas
que yo sé que no existen.
Alguien que llama por teléfono y me
ofrece
un
parque de paz
eterna.
eterna?
me pregunto dónde está la eternidad, en qué cielo se dormirán mis sueños,
después. O en qué mirada está la de mi amigo.
DIARIO
Las noticias que vuelan y se esconden:
Mujer azul
busca la luz.
En
un banco de plaza
en cada punta
las letras se divierten,
pasan de hoja a hoja,
se intercambian,
se interpelan,
se interpretan.
El diario es un poema
que duerme entre columnas
de compra y venta.
Y
dos mujeres solas
tanto sobre los hombros
también cruzan horario.
Se intervuelan.