Aunque
era muy celosa se casó con un viudo porque la enamoraron sus ojos siempre
tristes. Pensó que, por su influjo, pronto rebosarían alegría, pero pasaba
el tiempo y se hundían aún más en sus profundas cuencas -si
alguna vez lloraba se estancaban en ellas sus numerosas lágrimas, ablandando su
tierna, pesarosa mirada-.
Que le fuese imposible olvidar a su primera esposa es algo que no dijo, mas la
segunda apenas lo dudaba. Un día le nacieron unos celos violentos y estranguló,
brutal, a la añorada amante que aquél resucitaba en sus recuerdos. No pensó
que, al hacerlo, era, en fin, al que amaba al que en definitiva asesinaba.
Un
día un dictador se volvió loco. Después de liberar a sus presos políticos,
ordenó a sus adláteres: “Igualemos los
sueldos de los trabajadores con los nuestros, trabajemos como ellos”. Esa
noche, en su casa, se afeitó su bigote y les dio a su señora y a sus catorce
hijos quince sonoros besos. Si la nación, en suma, se quedó estupefacta con su
comportamiento, no las superpotencias que habían permitido que impusiese el
terror, es decir, su feroz e insano predominio. Así pues, lo internaron en un
centro psiquiátrico y allí, según afirman, aquél se suicidó o, según
suponemos, fue convenientemente asesinado.
UN
ABOGADO HONRADO Y CONSECUENTE
Un abogado no aceptaba un caso si no se aseguraba previamente de la
inocencia de su defendido. En consecuencia, pues, los fallos de los jueces a los
que se enfrentaba le fueron favorables hasta un aciago día, precisamente aquél
que nos ocupa. Y para colmo el preso no sólo parecía un alma cándida, sino
que era incapaz de matar una mosca y aún menos a los perros de sus doce
vecinos. Pero lo condenaron por ello y lo multaron, no sólo por la pérdida de
esos doce animales, sino también por todos los daños psicológicos causados a
sus dueños. Que fuera o no culpable no podemos saberlo, tan sólo nos importa
que el citado abogado tenía la certeza de que aquél no lo era. Dejó de
confiar en la justicia y en sus representantes, es decir, en los jueces. Y
abandonó esta vida con la absurda esperanza de encontrar en la otra a aquél al
que llamamos “Juez Supremo”.
LOCURA
COMPARTIDA
Un famoso psicólogo se dejó engatusar por un peculiar loco. Por él
supo una tarde que tenía “ideales” y que, pese a que estaban ahora en
duermevela, podía despertarlos. El primer paso fue perdonar al paciente la
elevada minuta que venía cobrándole. El segundo, imitar sus excentricidades y
romper, de esa forma, la pertinaz rutina a la que, sin querer, se había
esclavizado. El loco, poco a poco, se iba tornando cuerdo, al tiempo que el psicólogo
perdía la conciencia. Contra lo previsible, jamás se intercambiaron los
papeles, puesto que al alcanzar un punto medio, según ciertas versiones, se
fundieron en uno. En un informe de la policía -en
fin, el mundo cuerdo-
se lee que “el orate asesinó al psicólogo y asumió su carácter, su
saber, sus costumbres, su casa, su vehículo y la serie incontable de ideales
que, junto a la rutina, volvieron nuevamente a esclavizarle”, mas agente
ninguno, hasta la fecha, ha podido probarlo.
Biografia:
Nací
en Almonacid de la Sierra (Zaragoza - España) el 22 de marzo de 1966. Desde
1988 resido en Barcelona. Soy licenciado en Filosofía.
Obras
publicadas:
“Fantasmagorías
entre poemas de amor que no deben ser cantados”
(Premio “Isabel de Portugal” de poesía en su VI convocatoria. Institución
Fernando el Católico. Zaragoza. 1991).
“Tríptico
doloroso y otros relatos”
(IFC. Zaragoza. 1993).
“Nicodemo
–tragedia–”
(Las palabras del pararrayos. Barcelona. 1996; Manuscritos.com. Madrid. 2001).
“Memoria de la soledad arrebatada” (Puente de la Aurora. Málaga. 1997).
“Fragmentos de una oda” (P.O.E.M.A.S. Valladolid. 1998).
“Sin historia” (Vinalia bolsillo. León. 1999).
“Canción del peregrino”. (En
el libro “Poemas 1999”. Ayuntamiento de Zaragoza. 1999).
“Paráfrasis
de «La idea» –una lectura de Frans Masereel–” (Iralka. Irún. 1999).
“Telegramas” (En
el libro “Poemas 2000”. Ayuntamiento de Zaragoza. 2000).
He colaborado y colaboro en diversas revistas literarias, la última de
ellas “Ficticia.com”.
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